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El mordisco de Tyson y otros relatos | Crítica
'El mordisco de Tyson y otros relatos'. Enrique Montiel de Arnáiz. Apache Libros. Madrid, 2019. 147 páginas. 14 euros
Enrique Montiel de Arnáiz apuesta de nuevo por el relato en su último libro, El mordisco de Tyson. Trece –el número maldito– narraciones cortas integran el cuidado volumen que publica la editorial madrileña especializada en ciencia ficción y terror Apache Libros, y la rúbrica de este sello nos da la primera pista sobre lo que vamos a encontrar entre la páginas del libro. No nos enfrentamos, sin embargo a una colección de cuentos fantásticos, sino más bien a un conjunto de relatos anclados en la realidad en los que el elemento fantástico se cuela, a veces sutilmente, a veces descaradamente, en el hilo argumental.
Se abre el volumen con el relato que da título al libro, El mordisco de Tyson. El autor se basa en un hecho real que admite conocer bien, sobre el que se ha documentado exhaustivamente: el combate entre Mike Tyson contra Evander Holyfield. Montiel de Arnaiz recrea el atroz encuentro con todo lujo de detalles, los prolegómenos del día definitivo, el odio enconado que ambos contrincantes se profesan, el juego de intereses que gira a su alrededor.
El encuentro final se resuelve con la furia que cabía esperar, pero esa agresividad extrema –y la presencia de una sustancia sospechosa– convierte a los combatientes en monstruos hambrientos de sangre y carne. La orgía caníbal está servida. La violencia trasciende la realidad, abre la puerta de otro mundo habitado por monstruos crueles dispuestos a saciar su ira, su sed de venganza.
Esta estructura adelantada en el primer relato se convierte en recurrente a lo largo de todo el libro. No siempre funciona con la misma eficacia. En algunos casos, como en el relato de inspiración gaditana El puente Zuazo, ese elemento fantástico se introduce únicamente como coda final. En otros, como La cripta de Lis, el ingrediente sobrenatural golpea al lector sumido en la pausada y divertida peripecia de un matrimonio mayor de turismo por Madrid.
El autor apuesta fuerte por esta baza y logra acertar en relatos en los que el elemento fantástico está integrado en la trama de forma natural: cuentos como El ojo director, en el que el protagonista adquiere nuevas y tremendas habilidades tras perder un ojo, o El desertor II, en el que las increíbles destrezas de los combatientes a muerte recuerdan las evoluciones de un videojuego.
El autor bucea por inquietantes realidades cercanas, que amplifica y distorsiona para que nos demos de bruces con el horror que encierran, como ocurre en el relato Telerrealydead, en el que el lector podrá reconocer, pese a lo desaforado del planteamiento, los crueles presupuestos de algunos exitosos espacios televisivos programados en prime time. El autor plantea en este relato una distopía que puede resultarnos terriblemente cercana, la de una sociedad controlada por el poder económico y atontada por el circo mediático.
Montiel de Arnáiz también juega a los difractes, experimenta dándoles la vuelta a personajes conocidos, como Sherlock Holmes, al que convierte en vampiro por obra y gracia de un despiadado enemigo. Desde la noche eterna de su tumba, aún es capaz de dilucidar la causa de su aterrador destino. El autor deambula por un amplio territorio a la caza y captura de anécdotas alejadas de lo convencional, pero también guarda un lugar para las historias sencillas de gente verdadera que lucha por la vida y pierde. Este es uno de sus más afortunados hallazgos.
Ocurre en una de las piezas más destacadas del conjunto, la terrible aventura de El niño cuervo, un relato tejido con sólidos mimbres que se ciñe a la angustiosa realidad de la pobreza extrema, con su nudo de podredumbre, con su esperanza incierta en un mañana que no llega. El niño cuervo es una historia de patio de colegio, es el relato de la marginación eterna del más débil, de la violencia del niño contra el niño, del que tiene contra el que no tiene, del que no tiene contra el que tiene. Se adivina la verdad de la narración en la precisa recreación de un ambiente sin duda revisitado.
También el elemento fantástico está presente en este relato, pero aquí se integra naturalmente. Adopta la forma de un pájaro negro –el córvido siniestro, "nunca más"– que planea sobre el desventurado protagonista, en su mente y fuera de ella, que lo observa desde arriba presintiendo, quizás provocando, el funesto desenlace.
También en esta línea que podríamos llamar más naturalista está El monstruo y yo, en el que el autor vuelve a recrear el combate entre Tyson y Holyfield. Ahora Tyson cuenta en primera persona la leyenda del mítico combate. En esta ocasión, el monstruo está dentro, como lo estuvo siempre, inquietante y terrible, esperando la ocasión propicia para mostrarse, protegiéndolo de todos, lanzándolo al abismo. Cierra este relato el libro y también un círculo: en medio, un puñado de monstruos cotidianos siguen bailando sobre sí mismos.
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