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Una flauta flácida y un Mozart visionario

Benoît Fromanger a la flauta y dirigiendo a la ROSS.

Benoît Fromanger a la flauta y dirigiendo a la ROSS. / Guillermo Mendo

Programa muy desigual con el que la ROSS retoma su ciclo de concierto tras el parón de Pelléas et Mélisande. No sé si es casualidad, pero la primera parte del concierto rondaba alrededor de la misma estética francesa evanescente y cristalina de fines del siglo XIX. Lo aprendido de manos de Plasson con la ópera de Debussy le sirvió a la ROSS para abordar las obras de Fauré y Saint-Saëns con especial sintonía, con unas cuerdas muy sedosas y de sonido soñador y unas maderas muy matizadas y delicadas, consiguiendo así un sonido global netamente francés. Lástima de Fromanger se instalara en una dirección blanda, excesivamente morosa y preciosista, subida de legato y más atenta a su parte solista a la flauta. En esta tarea su sonido es correcto, firme y sin fisuras, si bien su fraseo adoleció de blandura incluso en la sección más virtuosística de la pieza de Fauré, en la que hubieran sido necesarias más notas picadas.

A cambio, su Mozart fue todo acentuación y fuerza, con poco vibrato, ataques incisivos, arcos cortos y gran transparencia en las texturas. En el primer tiempo impuso un tempo incesante, con finales de frase recortados y golpes de arco bien remachados. En el Andante cantabile, sobre el evocador sonido de los violines con sordina y sabiendo subrayar los ostinati de fagotes y trompas, estableció un contraste muy expresivo entre el primer tema, lírico, y el segundo, más dramático, atacado con buscada fuerza. El Menuetto, de ritmo bien acentuado, fue rematado con un muy interesante y eficaz ritenuto, para abordar desde ahí un Molto allegro brillante al máximo, dosificando las entradas y repeticiones de los temas con sentido muy teatral, con generosos sforzandi hasta alcanzar esa epifanía final en la que Mozart deja abierto el camino para Beethoven.

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