REAL ORQUESTA SINFÓNICA DE SEVILLA | CRÍTICA

Mozart, Mozart, siempre Mozart

Juan Pérez Floristán, solista y maestro.

Juan Pérez Floristán, solista y maestro. / Guillermo Mendo

El regreso de Juan Pérez Floristán a Sevilla, a su Teatro de la Maestranza y a su Orquesta Sinfónica es un acontecimiento que es siempre bienvenido porque está asegurado un alto nivel de calidad interpretativa por parte del pianista sevillano.

En esta ocasión se estrenaba en su ciudad en su doble faceta de solista al piano y director de la orquesta, con dos de los más bellos conciertos mozartianos, tan contrastantes como complementarios. Todo un reto para un pianista abordarlos en un mismo concierto. Y mucho más si además hay que dirigir la orquesta.Floristán dispuso a los músicos de una forma poco habitual, aunque con sólidos argumentos históricos a su favor: violines primeros y segundos enfrentados, violas a la derecha, violonchelos a la izquierda, reforzados por los contrabajos tras de ellos y con las trompas al lado de los contrabajos, dejando a las maderas al fondo y en el centro. Los primeros compases obligaron al oyente a replantearse la procedencia del sonido, pero de esta manera se acentúa la espacialidad del mismo y se pueden visualizar los juegos de cantos y contracantos que Mozart dispone para las dos secciones de violines. Las cuerdas, sin apenas vibrato, consiguieron un empaste sólo aceptable, lejos del de otras noches. Las maderas, a cambio, sonaron con claridad y brillo.

Dirigir a la vez que que se interpreta al piano obliga a situar el instrumento perpendicular al público y sin tapa y ello, inevitablemente, redunda en que se pierda parte del sonido, que en los pasajes con la orquesta no se puedan distinguir con nitidez las frases del teclado. Y así pasó en los movimientos extremos de los conciertos: cuando la orquesta toca de mezzoforte para arriba se desdibuja el fraseo de Floristán.En el primer concierto Floristán optó por una articulación poco acentuada, blanda en los ataques y lánguida en exceso, lo que estropeó en buena parte un pasaje tan hermoso como el Andante. En cambio, para el más dramático nº 20 si acertó con un fraseo más incisivo, señalando con energía los ataques de las frases de las cuerdas. Desde el teclado, regalando un sutil rubato en la Romanza, desplegó su claridad, su brillantez y su sensibilidad, así como la precisión de su pulsación y digitación. Todas esas virtudes afloraron en las cadencias, sobre todo en las del concierto nº 20, la primera de Beethoven y la segunda de András Schiff, en la que se juega con la obertura de Don Giovanni.

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