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Nocturama | crítica

La brisa refrescó el infierno

  • El viernes tuvo lugar la segunda sesión del festival Nocturama, en la que hasta la brisa fresca contribuyó con Riverboy, Sr. Chinarro y Los Estanques para hacer de la noche algo inolvidable

Riverboy

Riverboy / Óscar Romero

A pesar de tocarles el ingrato turno de abrir la noche del festival Nocturama, la verdad es que Riverboy ha tenido suerte con la escenografía las dos veces que lo ha hecho. En aquella tarde de junio de 2018, cuando el escenario todavía estaba orientado de cara al oeste, su concierto se desarrolló durante todo el ocaso del sol, que se ocultaba frente a ellos, y esa luz crepuscular de la atardecida sevillana, que debe ser parecida a la que hay en California, de cuyo aire se impregnaban sus canciones de entonces, fue un complemento perfecto a su música. Ahora el escenario está orientado al sur y detrás de él queda el gran macizo verde de árboles altísimos sobre los que se proyectan efectos de luces en locos giros una vez que la tarde se ha convertido en noche. Eso ocurrió el viernes cuando Riverboy estaba interpretando En la yerba y el fondo se transformó en una visión sicodélica en perfecta unión con los códigos actuales de la música de esta banda, que ya es totalmente diferente en fondo y forma a la de hace tres años. Esta noche incluso se presentaba con ellos por primera vez Fran Rosado como teclista, que ni siquiera es el que ha grabado el disco que editarán en un par de meses, compuesto por las canciones que interpretaron aquí, desconocidas para todos los oyentes a excepción de las dos que ya habían adelantado, esta de la que hablo y La fuente, con la que iniciaron el concierto.

Las actuales canciones de Riverboy, ahora en castellano, son delirios intensos y emocionantes, que nos llevaron a lugares donde nunca fuimos antes; Nunca fuiste es precisamente el título de la canción más agradablemente poppy de todas las nuevas, aunque hable de tormentas a punto de estallar y de estrellas que se apagan sin razón. Delirio se llama otra de las que interpretaron, envueltos en la bruma artificial, guiados por las notas del teclado que se iba acelerando, hasta que el golpeo de Sleepy James sobre los platillos de su batería les recondujo a una melodía a medio tiempo, de aires pastorales, que más tarde un inmenso solo de guitarra de Paco Prieto convirtió en un final instrumental digno de esa diferencia de estados de ánimo que Charly Riverboy siempre ha dicho que le gusta establecer dentro de una misma canción y en estas nuevas lo hace constantemente; ya sucedió en La fuente, cuando tras decaer la melodía, Prieto con su guitarra creó espejismos que engañaban la razón, o en Cañaveral, cuando el teclado de Rosado se colocó en primer plano destruyendo los chirridos sicodélicos del interludio inicial volviendo al camino de la fuente, para que el electroshock del bajo de Ricky Candela les sacase de su paseo por los campos de fresas y les enviara a la cara oculta de la luna, de donde volvieron al resurgir como el Fénix que daba título a la siguiente canción. El ataque sónico de Riverboy terminó con La juventud y duró poco más de cuarenta minutos, lo suficiente para apreciar la brillantez del material que manejan ahora sin que la lisergia que desprende nos agotase el cerebro. Algo muy de agradecer porque la noche solamente acababa de empezar.

Sr. Chinarro Sr. Chinarro

Sr. Chinarro / Óscar Romero

Antonio Luque volvió por nuestra ciudad con una banda completa que incluía a Sandra Rubio en los teclados, Damián Fernández a la batería y José Tejada en el bajo, para dar uno de esos conciertos en los que prefiere ofrecer las canciones nuevas que tiene y que el público aún no conoce. Por eso Sr. Chinarro tardó un poco en despegar; Nuria, SSS y Canelo, el trío de canciones con que inició su set, parecían presagiar que este no iba a ser un concierto fácil, pero Gogó, con su ritmo pegamoide a lo Bailando y su cadencia en la línea de Tame Impala, logró la inmersión total en su sonido. La banda adquirió una buena velocidad de crucero con Salomé y Universidad de la vida, en la que el teclado de Sandra tapizó los juegos de Tejada y Luque que terminaron con la guitarra de este emulando a la de Adrian Borland, y cuando estaban interpretando Margarita nadie dudaba de que el concierto había despegado y todos nosotros con él. Esta canción y Luis, con un inicio funky realmente atractivo, creo que van a ser los puntos fuertes del próximo disco de Sr. Chinarro, que terminó de presentarnos con una Nueva canción, que se llama precisamente así y permitió un gran lucimiento del bajista en su final.

Los grandes éxitos del presente, como Luque llamó a las canciones que dieron forma al nuevo tramo del concierto, comenzaron con Escorpio, en la que reunió todos los significados tradicionales de la autenticidad de las raíces del pop contemporáneo. Efectos especiales extendió la musicalidad chinarra a una audiencia totalmente seducida. En Idilio adquirió protagonismo la voz de Sandra y Los ángeles y El rayo verde ya solo tuvieron que mantener la intensidad cruda y la tierna tristeza que desprenden estas canciones para recordarnos que por muchos años que pasen Sr. Chinarro mantendrá la majestuosidad que rubricó finalmente con Babieca.

Los Estanques Los Estanques

Los Estanques / Óscar Romero

Y después Los Estanques fueron una apisonadora. El suyo es un pop con estrofas y estribillos marcados, alegre y lleno de marcha, pero lo interpretaron de forma en la que, a pesar de los problemas que tuvo Dani Pozo con el bajo, cada contacto de la púa con una de sus cuerdas era como el golpetazo de una bola de demolición; Andrea Conti era uno de los hecatónquiros con cien brazos que se le quedaban escasos para martillear nuestros sentidos desde su batería; Iñigo Bregel cantó poseído por un demonio de dos caras, amable y salvaje, mientras maltrataba un teclado de 3.500 euros al que le exprimía cada céntimo de su coste, aún a cuenta de un susto final que casi no le permitió usarlo para acompañar el Soy español pero tengo un kebab con que se despidieron; y Germán Herrero fue omnipresente haciéndonos comprender que el rock and roll es más potente en función de lo que lo sean las guitarras que lo interpretan. Nos habían metido en el infierno.

Cuando nos visitaron hace cinco meses abrieron su concierto con No hay vuelta atrás, pero esta noche la dejaron para abrir una trilogía más adelante y tuvieron los santos cojones de empezarlo con una canción, Opium, que es una cara B de un olvidado single de sus principios, que les sirvió no para calentar motores, sino para ponerlos en ebullición desde el comienzo. Tras Partiré hacia el sol sufrieron el primer inciso técnico, que probablemente incluso nos vino bien para descargar peso y mantener el alivio con Percal. Bregel sustituyó el teclado por una segunda guitarra y Ahora el tiempo te sobra lo convirtieron en una pieza de hard rock desenfrenada tras la que escupieron, literalmente, ¡Joder!.

Con un divertido juego de llamada telefónica al móvil de Bregel, que le hizo parar la Flor de limón recién comenzada, se unió a la banda Luis Soler con su trompeta, que ya se quedó con ellos hasta el final, aporreando también un sufrido set de percusiones. Una lentita para recuperar un pulso que empezaba a írseles de las manos y con Juan el Largo aumentaron la intensidad poco a poco, a lo que contribuyó el mejor y más amplio solo de la noche, que Herrero le sacó a su guitarra para terminar la canción; lástima que un nuevo parón echase a perder la atmósfera que se estaba creando. Nunca estuvo mejor traída una canción como la que siguió, con un título como Clamando al error.

Con Bregel de nuevo ante el teclado, del que ya no volvió a separarse, encadenaron No hay vuelta atrás con Nací santo, una suerte de Rain beatleliano acelerado y La aguja, la canción que más nos hizo echar de menos los tiempos prepandémicos en que podíamos saltar libres. Con Efeméride transformaron a Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán en Lynyrd Skynyrd a golpes de teclas y cuerdas de bajo. En la coda final de esta Bregel canta que desde ahora empieza lo que es el final y eso es lo que ocurrió. La loa que añoré, comenzó con Bregel imbuido de Rick Wakeman, pero sin su pompa y boato, para seguir en esa línea durante Emilio el Busagre hasta que la guitarra de Herrero le robó el protagonismo. Rosario y Mr. Clack fueron losas suaves para el camino final, que de pronto se convirtió en abrupto y lleno de piedras en su último tramo con la canción del kebab, que convirtió el recinto en un manicomio.

Al salir de allí no podía dejar de tararear la canción de los Easybeats que popularizó Bowie, que hablaba de cómo perdió la cabeza un viernes por la noche. Un viernes que, como asevera su título, permanecerá en nuestra mente. Durante mucho tiempo.

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