NORMA | CRÍTICA

El canto desde el corazón

La fuerza expresiva de la luz en esta producción.

La fuerza expresiva de la luz en esta producción. / Guillermo Mendo

Cuenta Louise Hérrite que su madre, Pauline Viardot, tras varios días inconsciente sólo pronunció una palabra antes de expirar: "¡Norma!". Debieron volver a su memoria aquellos momentos en que en Granada debutó este papel, tan dramático para una joven de veintidós años y en el que siempre temió la comparación con su hermana, la trágicamente desaparecida María Malibrán, la Norma de referencia mientras vivió. Viardot no frecuentó demasiado el personaje, que quizá ponía en juego demasiados sentimientos. Pero allí se mantuvo en su memoria, agazapada, la sacerdotisa de Irminsul, para volver como postrer recuerdo.

Cada vez que volvemos sobre esta ópera sucede lo mismo: sobrecogimiento, estupefacción ante el despliegue musical, emoción por lo extremo de las situaciones. Es una de esas ocasiones en que se conjugan un libreto de sin par belleza poética con una música de un nivel de inspiración irrepetible. No es de extrañar, pues, que con los cantantes adecuados, sea un éxito seguro en cualquier teatro.En un principio, si nos atenemos exclusivamente a la literalidad del libreto (hipotexto), puede chocar el que se hable de romanos, galos, sacerdotisas y druidas mientras que contemplamos una escena ambientada en el siglo XIX, con polisones, crinolinas, charreteras y bersaglieri. Pero Nicola Berloffa ha querido superar esa literalidad y mirar el drama con los ojos de quienes lo vieron en la época de su estreno, desde la perspectiva de una Italia que anhela su unidad y su independencia de fuerzas opresoras. Adquiere así sentido este segundo plano de significación (hipertexto), estableciéndose así una serie de interesantes relaciones de intertextualidad que dan coherencia a la propuesta escénica, con ese palacio renacentista bombardeado y esos italianos suspirando por expulsar a los invasores de la tierra patria. Con la ayuda de un soberbio vestuario y una iluminación muy corpórea (bellos efectos de sombras, luz filtrada por las ventanas apuntaladas) y con una dirección de actores muy cuidada, esta Norma se hace más actual que nunca. Máxime con ese final aún más trágico, en el que la muerte en la hoguera de Norma y Pollione es sustituida por la furia vengadora del pueblo, a modo de Euménides vindicadoras.

Yves Abel ya demostró hace un año, con Roberto Devereux, que conoce al detalle todos los resortes estilísticos del belcantismo. Todo ello ha sido superado en esta ocasión, pues ha sabido dotar de dramatismo al tejido orquestal en los momentos extremos sin por ello llegar nunca a tapar a las voces; ha cantado y respirado con los cantantes; ha sostenido tiempos vivos y vibrantes, sin blanduras ni amaneramientos; ha hecho que la ROSS suene con una finura y una transparencia poco usadas. Magistral, en resumen.

De las tres últimas comparecencias en Sevilla de Yolanda Auyanet en el último año (Roberto Devereux, Tosca y esta Norma), ha sido ésta la más redonda. Con su bella voz plenamente lírica, ha construído vocalmente un personaje esencialmente roto por el dolor en el que el amor (a Pollione y a sus hijos) supera el afán de venganza. Con delicado fraseo y centro dorado, esquivó con gusto las notas más comprometidas por arriba (alguna sonó algo forzada) y por abajo. Su canto siempre sobre el aliento le hizo dar una bella lección de declamación vocal en Casta diva, pero también sostener con control el dramatismo del inicio del segundo acto. Los más bellos momentos fueron su duós con una Raffaella Lupinacci todo terciopelo en una voz sombreada de emisión clara y un legato admirable, delicado y capaz de reguladores de un gusto elegante. Sin olvidar su facilidad para la coloratura (aunque tanto en ella como en Auyanet se echaron de menos algunas variaciones en las repeticiones de las cabaletas). El triángulo se completó con un Francesco de Muro todo lirismo y fuerza en el fraseo, con perfecta proyección y con sólidos agudos, como lo demostró en el largamente sostenido La natural sobre gl’incensi y en el rutilante Si bemol en abbaterò. El Oroveso de Amoretti sonó tremolante y hueco, mientras que Galván sorprendió por el empaque de su voz. Eficaz y profesional Pintó. Y un nuevo éxito del espléndido y contundente coro, que pasa por un momento especialmente dorado.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios