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ORQUESTA BARROCA DE SEVILLA | CRÍTICA

A la Orquesta Barroca le sienta bien Haendel

La OBS durante los ensayos en la Sala Turina.

La OBS durante los ensayos en la Sala Turina. / Juan Carlos Vázquez

Enrico Onofri, por supuesto. Son ya catorce los años de colaboración entre el maestro de Rávena y el conjunto orquestal sevillano de mayor proyección nacional, casi tres lustros a lo largo de los cuales ha ido creándose una sintonía y una relación de intimidad artística que ha redundado en conciertos como éste, redondo de principio a fin y cuajado de momentos de inusitada belleza. Con su sabia capacidad para profundizar en las partituras y encontrar nuevos perfiles, renovados matices, giros novedosos, juegos de colores, Onofri sabe llenar de significado a los recursos retóricos tan esenciales en la música barroca, siempre transida de sentido narrativo y de discursos dialógicos. Es decir, poner la técnica y la materialidad de la interpretación al servicio de la transmisión de los afectos, en definitiva.Y junto a él una OBS capaz de poner en pie cuatro programas diferentes en un mes (entre ellos nada menos que una Agrippina) y de encarar ya mismo los ensayos de Achille in Sciro en el Teatro Real, siempre con los más brillantes resultados artísticos y con ese entusiasmo que se trasluce de los rostros de sus integrantes.

Tras la espléndida realización orquestal de la ópera de Haendel (no se la pierdan, por favor, aún quedan entradas), le tocaba ahora el turno a los Concerti grossi op. 6 del compositor sajón, una infinita galería de juegos de voces y de cambios de humor que Onofri abordó desde la seriedad del análisis. En todos y cada uno de los movimientos se pudo apreciar un matiz nuevo, especialmente en la variedad de las dinámicas (bellísima la transición del forte al piano al final del cuarto tiempo del nº 1), en los juegos de colores, densificando el sonido aquí, aligerándolo allá y en la energía de los ataques, sobre todo en los pasajes fugados, que sonaron con una apabullante claridad y una arrebatadora energía.

La orquesta, entregada al placer, mostró la maestría de sus integrantes y la redondez de un sonido sustentado por un continuo denso y siempre presente.

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