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"Jonas Mekas ha muerto esta mañana, en su casa, tranquilo". Lo contaba a media tarde de hoy en las redes sociales Pip Chodorov, uno de sus más cercanos y aventajados discípulos, autor del documental Free radicals sobre el cine experimental norteamericano del que Mekas fue principal activo, difusor y preservador desde sus ya míticos Anthology Film Archives de Nueva York, escuela sin matrícula y lugar de peregrinación obligado para todos los amantes del cine libre fuera de los radares del comercio o la ficción institucionalizada.
Mekas (Semeniškiai, Lituania, 23 diciembre, 1922- Nueva York, 23 enero, 2019) ha muerto a los 96 años pero ya es, ya lo era, eterno, imbatible, inmortal, padre verdadero, poeta sublime, exiliado perpetuo (expulsado de su país, prisionero de los campos, perseguido por nazis y comunistas), apátrida itinerante siempre en busca de esos destellos de belleza y felicidad que pudieran atraparse con una cámara Bolex o, cuando llegó el momento, con una pequeña cámara digital siempre al cuello y lista para el registro, para el encuentro con el otro.
Mekas ha sido, sin proponérselo, el más grande maestro de cineastas de la historia, el Gran Liberador, el gran poeta norteamericano, como norteamericana es esa idea de la acogida, la mezcla y la convivencia de tantas culturas y raíces (añoradas) en un mismo territorio y bajo unos mismos principios de libertad, colaboración, estímulo constante y creatividad sin límites a pesar de las limitaciones.
Tengo colgado en el corcho de mi cuarto su anti-manifiesto del cine publicado en 1997 con motivo de los fastos oficiales de su primer centenario, y lo miro de cuando en cuando para recordar la verdad sobre un arte tantas veces pervertido: "En tiempos de lo enorme, de lo espectacular, de producciones cinematográficas de cien millones, quiero hablar por los pequeños actos invisibles del espíritu humano, tan sutiles, tan pequeños que mueren apenas se los expone a los reflectores. Quiero celebrar las pequeñas formas del cine, las formas líricas, el poema, la acuarela, el estudio, el boceto, la tarjeta postal, el arabesco, el trío y la bagatela y las pequeñas canciones en 8mm".
El cine musical de Mekas se nos da a ver atravesado por la urgencia de la captura del instante como único gesto posible para restituir la sensación de pérdida o desarraigo. Una captura compulsiva, vibrante, aparentemente caótica, del momento que se desvanece en el mismo acto de filmar ("filmo, luego existo" o "yo no hago películas, yo filmo", solía decir), fragmentos fugaces que funcionan como haikus que cantan la belleza del mundo ante la mirada de un expatriado que, desde las calles de Brooklyn o Manhattan, observando desde la ventana de su apartamento, recuerda la Lituania rural de su infancia como el paraíso perdido.
Un cine que vibra, literalmente, en la aceleración y el roce de su materia, en el ruido de los fotogramas y las imágenes que se atropellan o superponen en la moviola, en la energía asimétrica de un cuerpo que reacciona a los pequeños gestos cotidianos, a un rostro familiar, a la visita de un amigo, al gato que se encarama a una mesa, a las flores de un jarrón, a las hojas de los árboles, a una nevada o un día de lluvia, en las músicas que regresan una y otra vez, en la materialidad y el grano de una voz única que exhibe su fuerte acento del Este como gesto de resistencia, de extraterritorialidad, en un nuevo mundo al que no se ha terminado de pertenecer del todo.
Rodeado de friends in cinema de la vanguardia más solidaria y libre, desde las barricadas de Film Culture, Village Voice, la Film-Makers Cooperative o el Anthology, Mekas le otorgó al diario fílmado y a esos otros formatos menores la categoría de poesía cinematográfica con mayúsculas, haciendo de la intimidad y lo cotidiano, de la enunciación en primera persona, de la memoria inscrita en el presente, la forma indispensable para explicar y filmar el mundo y los recuerdos.
Títulos como Walden. Diaries, notes, sketches (1969), Reminiscencias de un viaje a Lituania (1972), Lost, lost, lost (1975), He Stands in a Desert Counting the Seconds of His Life (1969/1985) o Scenes from the Life of Andy Warhol (1990) moldean esa forma-río que culmina de manera monumental con En el camino, de cuando en cuando, vislumbré breves momentos de belleza (2000), un filme de casi cinco horas que articula, apenas unas horas antes de la entrada del nuevo milenio, las home movies filmadas en los 60, 70 y 80: imágenes de su esposa Hollis, sus hijos o sus amigos que alcanzan una condición lírica y melancólica en su reelaboración desde un presente en el que esa pareja que se amó profundamente ya no es más una pareja y donde todo parece cobrar el tono de una emocionante despedida.
El legado fílmico de Mekas puede rastrearse sin problema en buenas ediciones (Agnès B.) y cuenta incluso con una estupenda en España (Intermedio). También sus memorias, críticas y escritos, fundamentales, cargados de aliento, modernidad y entusiasmo, han sido recopilados y editados en sendos volúmenes (Ningún lugar adonde ir, Cuaderno de los sesenta) por la editorial Caja Negra.
Sus correspondencias correspondenciasfilmadas con José Luis Guerin (2011), proyectos más recientes como el que le llevó a filmar y subir a Internet un corto cada uno de los 365 días de 2007 y una actividad viajera incesante hasta hace apenas unos meses, han hecho de Mekas una presencia constante en la vida cinéfila y, lo que es más importante, un recordatorio permanente de una actitud artística, ética y vital que ha ensanchado definitivamente el horizonte del cine hacia unas latitudes infinitas: "la verdadera historia del cine, -escribía también en su anti-manifiesto-, es la historia invisible una historia de amigos juntándose haciendo aquello que aman, para nosotros el cine recién comienza con cada nuevo zumbido del proyector, con cada nuevo zumbido de nuestras cámaras nuestros corazones se alzan hacia adelante, mis amigos".
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