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GALA XXX ANIVERSARIO TEATRO DE LA MAESTRANZA | CRÍTICA

Sevilla y Ópera para el futuro

Los solistas de esta gala en el brindis final.

Los solistas de esta gala en el brindis final. / Guillermo Mendo

Mañana día 2 de mayo se cumplen treinta años de aquel concierto con el que se inauguró el Teatro de la Maestranza, seguido el día 10 de mayo por aquella histórica y maravillosa gala lírica con la participación de los mejores cantantes españoles del momento. Para recordarlo, el coliseo del Paseo de Colón ha organizado otra gala lírica que se repite mañana y que, como aquélla, terminó también con el vis del brindis de La Traviata. Sólo que en este caso se optó por un programa a base de fragmentos de óperas relacionadas con Sevilla o compuestas por autores sevillanos, aunque se echó de menos al Turina de Margot, sevillanos por partida doble.

Sin alcanzar el palmarés histórico de hace tres décadas (por desgracia, ya no hay cantantes como aquéllos), el plantel de voces reunido por el Maestranza se situó a un buen nivel de calidad, si bien cabe lamentar la ausencia a ultimísima hora de Carlos Álvarez.

Lo que sí es verdad es que Juanjo Mena no es ni de lejos Luis Antonio García Navarro, al menos en lo que de acompañar a cantantes se trata. El director vasco no consiguió de la ROSS un sonido medianamente empastado ni concertar las entradas y el ajuste en las frases más rápidas, víctimas de lo cual fueron especialmente los violines desde la introducción de la obertura Fidelio y, sobre todo en La mort du Tasse, precipitada, sin perfilar las frases y ocultando a las maderas en la coda. Su brocha gorda perjudicó sobre todo a Bouton, quien además de cubrir en el último momento a Álvarez en La Favorita, se encontró con un muro sonoro que escamoteaba su voz al oyente.

De entre las voces la triunfadora fue Leonor Bonilla, con esa voz fresca, brillante, con destellos espectaculares en los sobreagudos y una homogeneidad en la emisión realmente envidiable. Su elegancia en el fraseo y su dominio de las agilidades suscitaron las ovaciones más sonoras. También derrochó elegancia Rocío Ignacio, muy delicada y contenida como Condesa y más desmelenada como Conchita. Arteta salió con la emisión muy trasera y oscura, con demasiado vibrato, si bien en Pace, pace estuvo más centrada y comedida en el fraseo. Bros no estuvo cómodo en el aria de la flor, pero en El gato montés se situó en un canto heroico y vibrante, cerrando con un Álvaro muy recogido y lírico. Fue una sorpresa conocer en vivo la bella voz de Airam Hernández, lírica, potente y ágil, especialmente como Don Ottavio. Y Orfila, como es habitual, una voz de impacto, suelta y muy expresiva, muy teatral, sobre todo en María del Pilar. El coro cumplió como pudo dada su lejanía. Lo mejor, el coro de prisioneros de Fidelio.

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