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Orquesta Bética de Cámara | Crítica

Un centenario sin lustre

La Orquesta Bética de Cámara tocando a Turina en el Espacio Turina.

La Orquesta Bética de Cámara tocando a Turina en el Espacio Turina. / P.J.V.

La Bética decidió encargar un concierto para violín para celebrar el centenario de su fundación (se titula así: 100 años) y le dio tan poca solemnidad a su estreno que ni hizo programa de mano de lo que, aunque sólo fuera por lo infrecuente, debería haber sido un acontecimiento (y por cierto, la tendencia a despreciar esta herramienta –la del programa de manos, ¡en papel!–, crucial no sólo para la orientación del aficionado sino para establecer vínculos con él, es lamentablemente creciente, nefasta y desalentadora). El encargo del concierto había sido cursado a Violeta Romero, una joven sanluqueña que entra este mismo año en la treintena, y la autora pergeñó una pieza en tres movimientos que pretende homenajear a Falla, el fundador de la orquesta, con citas de sus obras: "Fantasía bética" se titula el primer movimiento; unas variaciones de la "Nana" de las Siete canciones populares españolas forman el segundo; un "Vals-Caprichoso" de final festero concluyen la partitura, de unos diecisiete minutos de duración y naturaleza entre neoclásica y neocastiza, con muchas escalas frigias y algunos problemas de encaje entre la parte solista –que abre el concierto con un pasaje a solo que dura un quinto de la obra completa– y la orquesta. La solista fue la joven jerezana Irene Ortega, que salvó su participación con solvencia.

El modesto Concierto de Romero se ofreció además en un programa que llevaba por título Día de Andalucía, pero cuya coherencia era difícil de encontrar. Se abrió con la fantástica Obertura de El sueño de una noche de verano de Mendelssohn, y el problema que ofrece la Bética en muchas obras de este calibre se reprodujo aumentado de forma significativa: los nueve instrumentos de cuerda se enfrentaban al doble de instrumentos de viento y percusión, y el equilibrio resultó imposible. Hubo intentos (por ejemplo, en la recapitulación la entrada del trombón solista fue respetuosísima con los violines), pero en general todo sonó a banda no especialmente bien concertada, pues cada vez que entraban las trompas se adueñaban de toda la sala y la claridad textural se enturbiaba sin remedio. Por supuesto, toda la esencia fantasiosa, misteriosa, feérica, elusiva de la música de Mendelssohn se perdió sin remedio

Tras el estreno, se interpretó la Serenata de Turina: así aparecía la obra en la única fuente para tener conocimiento del programa que se ofreció al público, una pantalla en el hall del Teatro, Serenata, y que cada cual se apañara para adivinar algún detalle más de a qué obra del catálogo de Turina se hacía referencia (en principio estaba programado el Poema de una sanluqueña, mucho más acorde con la ocasión, porque además habría permitido la participación también de Irene Ortega en una pieza de mayor lustre). La Serenata Op.87 es una obra escrita para cuarteto de cuerda por Turina en los años 30, aunque se estrenó en versión para orquesta de cuerda, con el añadido de contrabajos, ya en 1943. Esta es la versión que ofreció la Bética con sus nueve instrumentistas de cuerda en una interpretación correcta, sin estridencias, con una rotunda y bien planificada intensificación de los acentos al final. Luego, para cerrar el concierto del Día de Andalucía, la Kamarinskaya, una danza popular rusa, que Glinka armonizó y orquestó en 1848 añadiéndole una solemne introducción en recitativo. Algunos desajustes con el metal en la introducción precedieron a una interpretación que ofreció buenos apuntes de los solistas en los pasajes más desnudos y una tendencia inevitable a la saturación acústica de la sala en los más densos.

Cien años después de su fundación, la Bética lucha por abrirse un espacio de más entidad y dignidad en la oferta musical sevillana. No será con conciertos como este como pueda justificar sus pretensiones.

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