Oshima, noche y niebla en Japón
Muere a los 80 años Nagisa Oshima, director de 'El imperio de los sentidos' y uno de los autores más conocidos de la 'nueva ola' asiática de los 60 y 70.
Hace apenas tres meses fallecía Koji Wakamatsu, uno de los cineastas japoneses más radicales y combativos surgidos de las cenizas del viejo sistema de los estudios, heredero natural de la Nuberu Bagu, la respuesta nipona a las nuevas olas que atravesaron los cines nacionales en los años 60 y 70.
Ayer conocíamos la muerte de Nagisa Oshima (1932-2013), compañero de generación mucho más conocido que, junto a Imamura, Yoshida, Shinoda o Teshigahara, consiguió penetrar mucho antes en los circuitos festivaleros y la selecta cinefilia que redescubrieron al mundo la singularidad del nuevo cine japonés, decidido a romper vínculos con la tradición humanista de la generación anterior (Kurosawa, Ozu, Mizoguchi, Kinugasa, Ichikawa) para reivindicar una mirada airada, politizada e inconformista sobre el presente con las nuevas formas reflexivas del cine moderno.
Como nos recuerda Miguel Blanco, Oshima ejerció de aguerrido crítico cinematográfico antes de trabajar en el cine, arremetiendo con fuerza contra el costumbrismo y el inmovilismo del cine japonés, incluso contra el estudio que iba a darle su primer trabajo como ayudante de dirección. Militante de izquierda y activo en los movimientos estudiantiles, Oshima consiguió que Shochiku financiara su primera película, Ciudad de amor y esperanza (1959), en la que, bajo la coartada del taiyozoku (cine de jóvenes rebeldes), se detectan ya algunos de los estilemas (de raíz brechtiana) y asuntos de su cine futuro: el retrato de la juventud y los bajos fondos, el mercado negro, la violencia, el clasismo, las contradicciones de la sociedad japonesa de posguerra y las pulsiones en permanente combate con los valores establecidos.
A pesar de los problemas con la censura, la película se convirtió en un pequeño éxito y permitió a Oshima prolongar su carrera a un ritmo de producción frenético, primero en Shochiku, luego como productor independiente (en la cooperativa ATG), con títulos memorables como Historias crueles de juventud, El cementerio del sol, Noche y niebla en Japón, El rebelde, El demonio en pleno día, El muchacho, La ceremonia, El ahorcamiento o Los placeres de la carne, filmes furiosos, desesperados, nihilistas y crepitantes que sintonizaron con su tiempo.
Sin embargo, Oshima conoció la fama internacional con su versión más atemperada gracias a El imperio de los sentidos (1976), una fábula sexual cargada de violencia, título de enorme éxito y morbo clandestino que dio lugar a una secuela, El imperio de la pasión (1978), premio en Cannes, y a la entrada del cineasta en el circuito del prestigio y el world cinema avalado por Occidente, fruto de lo cual rodó títulos poco afortunados pero muy populares como Feliz Navidad, Mr. Lawrence, protagonizado por David Bowie y Ryuichi Sakamoto, o Max, mon amour, con Charlotte Rampling. El fracaso de este último, radical en su atrevimiento temático (la relación entre una mujer y un simio) pero convencional en las formas, y una grave enfermedad, apartaron a Oshima del cine, al que sólo regresaría en 1995 para rendir homenaje a la Historia del cine japonés en un documental para el BFI y para rodar la que sería su última película, Gohatto (1999), una nueva indagación en las relaciones entre el sexo, el poder y la política en el secreto, anacrónico y codificado universo de los samuráis.
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