Peeping Tom trae al Central 'Vader', una pieza para siete bailarines sobre la paternidad

El colectivo belga representa hasta mañana la primera parte de su nuevo tríptico familiar

La tensión del movimiento con música en directo en 'Vader'.
La tensión del movimiento con música en directo en 'Vader'.
Ch. Ramos Sevilla

14 de noviembre 2014 - 05:00

El colectivo Peeping Tom regresa a uno de sus escenarios predilectos, el Teatro Central de Sevilla, para presentar hoy y mañana (21:00) el primer título de su nueva trilogía familiar: Vader/Padre. Siete bailarines y un grupo de séniors andaluces participan en este espectáculo dirigido por el francés Franck Chartier que cuenta con la ayuda en la puesta en escena y la dramaturgia de su fiel colaboradora, la argentina Gabriela Carrizo.

Vader (padre en flamenco) nos traslada a un asilo extraño e inanimado donde la mezcla de lo grandioso con lo sucinto sugiere un vacío invasor. Es una especie de lugar en el límite de dos mundos, un entre-mundo donde el reino de los vivientes ha quedado atrás pero el de los muertos aún no se ha alcanzado. Un espacio donde gobierna el padre que da título a la propuesta, que funciona como un arquetipo a través del cual Peeping Tom indaga en la mitología sobre la figura paterna y las maneras en las que se la ha abordado, a menudo bastante cómicas, patéticas o dramáticas.

El padre aparece a la vez divino y ridículo, lúcido y en declive, siendo observado entre el afecto y la indiferencia, entre el cariño y el odio, por el resto de residentes y el personal del asilo. Vader, según la compañía, "explora con un humor conmovedor la desintegración de un hombre viejo, una especie de Quijote contemporáneo que amenaza con hacer bascular la realidad cotidiana de un asilo con los sueños".

La poesía, un registro habitual en las producciones de Peeping Tom, hilvana esta trama sobre la vejez, la decadencia y la paternidad donde no faltan músicas subidas de tensión, movimientos sobresaltados, bailes delicados y proyecciones que irrumpen para hablar de deseos insatisfechos, anhelos olvidados y nostalgias.

Las obras de Peeping Tom, compañía fundada en Bruselas hace ya 14 años y cuya dirección artística comparten Chartier y Carrizo, suelen requerir dos años de trabajo y más de seis meses de ensayos. Su última creación tras su celebrada trilogía, 32 Rue Vanderbranden y A louer comenzó con una residencia creativa en Bruselas y su motor fue la pregunta de un espectador sobre la importancia de la figura paterna en las obras del colectivo.

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