Cultura

Perianes desnuda a Schubert

  • En su segundo trabajo para Harmonia Mundi, Javier Perianes deslumbra con un emocionante acercamiento a Schubert

Durante mucho tiempo la obra pianística de Schubert tuvo que soportar el desdén de aquellos que consideraban que el compositor era un hábil diseñador de esbozos y fantasías, pero fracasaba con estrépito en la gran forma, pues sus Sonatas carecían del rigor constructivo y de la grandeza enérgica de las de Beethoven, el modelo que todo lo medía. Por suerte, esos prejuicios parecen hoy completamente superados. La originalidad de la música del vienés estriba justamente en el modo en que, mediante sus peculiares ideas acerca del desarrollo y la modulación, supo ajustar el talante lírico de su inspiración a la forma sonata.

La reivindicación de las sonatas schubertianas para piano ha beneficiado también a sus piezas breves, no tanto a los Impromptus o a los Momentos musicales, célebres siempre, sino a otros grupos de obras, como los tres Klavierstücke D 946, coetáneos de esas últimas sonatas y que son desde hace mucho fieles compañeros de Javier Perianes, que los ha defendido en conciertos y grabaciones. Registrados ya en CD en 1999, apenas superada la frontera de los 20 años, para su segundo disco en Harmonia Mundi, Perianes vuelve sobre sus queridísimos Klavierstücke, añadiendo los cuatro Impromptus Op.90 D 899 y el Allegretto D 915, obras que desbroza en interpretaciones por completo subyugantes.

La prematura madurez de un pianista que no ha cumplido aún los 30 se desvela en un trabajo como éste, enfrentado con arrolladora personalidad a estas auténticas confesiones íntimas del genio vienés ("Son obras que no necesitan público", escribió Alfred Einstein). No caben sin embargo los equívocos. Los Impromptus D 899 son piezas muy difíciles. Publicados en vida del músico (lo cual no fue muy común en su carrera), los cuatro se presentan con tonalidades que incorporan bemoles en su armadura: los dos primeros están en tonalidades relativas, do menor y mi bemol mayor, mientras que para los dos últimos Schubert recurrió a las tonalidades extremas de sol bemol mayor y la bemol menor (nada menos que seis y siete bemoles respectivamente). Coloca luego en su recital Perianes el Allegretto D 915, que vuelve a do menor, y finalmente los Klavierstücke, los dos primeros en mi bemol menor (el relativo de sol bemol mayor) y, otra vez, mi bemol mayor, para acabar la serie en un refulgente y exultante do mayor.

Las referencias tonales no resultan en este caso irrelevantes, pues hay todo un programa detrás de ellas. El lirismo y la melancolía schubertianos quedan magníficamente atrapados en esta sucesión armónica, que se desplaza, con no pocas ambigüedades y tanteos, de la oscuridad a la luz. Asombra la capacidad de Perianes para transitar por este universo con tanta elegancia como hondura. El arranque es lentísimo, y esta tendencia se mantiene en todo el disco. Basta comparar el primer Impromptu con las versiones grabadas de Barenboim o de Pires para comprobarlo. Pero la música resiste perfectamente el tempo escogido. Es más, parece ajustarse de forma ideal a él, lo cual quiere decir que la interpretación está llena de ideas, de matices, de contenido expresivo. Un sentido profundo de la respiración interior de esta música, de su esencia, de su conmovedora potencia emotiva, pone en íntima conexión a compositor e intérprete. Schubert es Perianes y Perianes es y será ya por siempre Schubert.

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