ORQUESTA FUNDACIÓN BARENBOIM-SAID | CRÍTICA

De Rusia a Andalucía con la Música

Vasily Petrenko y la Orquesta de la Fundación Barenboim-Said.

Vasily Petrenko y la Orquesta de la Fundación Barenboim-Said. / Federico Mantecón

Volvemos a comprobar con regocijo el alto nivel de los jóvenes músicos andaluces a través de los diversos proyectos formativos que se desarrollan en nuestra comunidad. Aunque éste de la Fundación Barenboim-Said sea el más mimado por la administración autonómica y por todo su aparato de propaganda, no hay que olvidar que al mismo nivel se mueven otras iniciativas más calladas pero no menos entregadas, como la Orquesta Joven de Andalucía, las orquestas juvenil e infantil de Almería, la Joven Orquesta Internacional de Sevilla y algunos otros más. Claro que si tienes la suerte de que te dirija alguien como Vasily Petrenko y que te den clase profesores procedentes de orquestas como las del Concertgebow, Filarmónica de Berlín y similares, el plus de calidad está más que servido.

Y así se comprobó en este concierto, con una orquesta de un empaste y de un brillo impresionantes. Todas las secciones sonaron con calor y color, con plena entrega. Petrenko pudo, así, dejar volar su manera de entender las obras del programa. En los dos primeros tiempos de Scheherezade optó por tempos solemnes, pausados, quizá más atento a marcar el ritmo con claridad que a dejarse llevar por un fraseo más liberado. Mucho mejor sonaron los últimos movimientos, en los que el director se recreó en los juegos de colores y en la sensualidad del sonido, con gradaciones dinámicas muy finamente reguladas. Magnífica la concertino en sus momentos solistas.

Aún mejor resultó Romeo y Julieta, con momentos de sublime refinamiento y otros de una impactante fuerza sonora que nacía desde dentro, como en El baile de los caballeros o, sobre todo, en el final del segundo acto con la muerte de Tebaldo. El pasaje que precede a este último fragmento supuso un soberbio ejercicio de virtuosismo orquestal por parte de todas las secciones, pero especialmente de los violines, que afrontaron con maestría sus endiabladas figuras. En los momentos más líricos de los encuentros entre los amantes de Verona sonaron con dulzura y poesía las maderas, de la mano de un Petrenko especialmente atento a dar relieve a todas las voces y a todas las frases, con una perfecta claridad de texturas.

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