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La Trilogie des Contes Immoraux (pour Europe) | Crítica de Artes Escénicas

Sísifo revisitado

Cuatro sumisos trabajadores construyen una torre en la segunda parte, 'Temple Père'.

Cuatro sumisos trabajadores construyen una torre en la segunda parte, 'Temple Père'. / Christophe Raynaud

Los muchos admiradores de esta creadora única que es Phia Ménard, sabíamos ya al llegar al teatro que esta vez no íbamos a ver danza o un espectáculo convencional ya que ella ha eliminado las fronteras entre la performance, las artes plásticas, el teatro y el circo. Y conocíamos su obsesión por estudiar y experimentar con los materiales con los que construye sus deslumbrantes metáforas.

Así, no fue extraño ver cómo la primera parte de su Trilogie, Maison Mère, la ocupa por completo la construcción de un edificio. En los paños de una guerrera, quizá una diosa griega postapocalíptica con aspecto de replicante escapada de la película Blade Runner, de manera completamente artesanal, con cartón precortado y muchos metros de cinta adhesiva, ella irá construyendo un edificio que, sólo al final, se revela como un Partenón a escala 1/10.

No olvidemos que esta obra surgió del guante que la Documenta de Kassel arrojó en 2017 a cien artistas para que reflexionaran sobre el lema “Aprender de Atenas para un parlamento de los cuerpos”.

Pero de pronto, este Partenón, símbolo de Grecia y de todas las bases de la civilización europea, se ve destruido sin remedio en unos pocos minutos de lluvia torrencial.

Así resumida, esta metafórica caída de Europa y de sus pilares podría parecer algo banal y previsible, pero el relato de este Sísifo del siglo XXI, que se afana incansable a pesar de ser consciente de la inutilidad de sus esfuerzos y de lo incontrolable de una naturaleza a la que seguimos sin escuchar, es sencillamente delicioso.

Ménard, además, se toma el tiempo necesario para mostrarnos el proceso de fabricación, en una época en la que, desde los tutoriales de cocina hasta las novelas llenas de elipsis, se privilegia el producto acabado.

Este largo proceso, que impacienta a más de uno, es tan potente plásticamente y está tan lleno de símbolos que también le ofrece al espectador –sentado en su butaca, con el teléfono apagado- una oportunidad única para reflexionar y para viajar adonde su imaginación lo lleve.

La lluvia, como decíamos, nos deja una fantástica imagen de ciudad en ruinas –inevitable pensar en las guerras que siguen proporcionándolas- pero, poco a poco, otro mundo fantasmagórico, de una belleza helada, se abre ante nosotros adentrándonos en la segunda parte, el Temple père.

Una suma sacerdotisa, vestida con un esmoquin blanco, llega con cuatro esclavos o sumisos trabajadores que, en el tiempo que dura la pieza, van a construir con un riesgo físico evidente, como un castillo de naipes, una torre de Babel (reflejo, según la creadora, del poder patriarcal y del ultraliberalismo) que se eleva casi a la altura del peine.

Un ritual hipnótico, fascinante y a veces violento que de nuevo nos asaetea la conciencia con la belleza del trabajo de los esclavos y con imágenes poderosísimas que nos remiten a películas como Metrópolis, a comics futuristas o la construcción de grandes monumentos como las pirámides…

Su directora, la increíble intérprete y cantante islandesa Inga Huld Hakonardottir, canta y habla sin parar: del cosmos, del caldo primigenio… y su voz, como un látigo, repite una y otra vez “La máquina es tu amo y señor”, título, entre otras cosas, de un libro lleno de testimonios de la vida de los obreros en las fábricas chinas donde se fabrican los iPhone o los Kindle. La iluminación y dramaturgia de la arquitectura son sencillamente impresionantes.

En la tercera parte de la trilogía, La Rencontre Interdite, más una coda que un cuento en sí, regresa la guerrera, única y desnuda superviviente de la destrucción, y tenemos claro que, a pesar de su muerte o su derrota, se volverá a levantar para construir las bases de un nuevo mundo.

Porque si algo tiene de grandioso y de profundamente conmovedor esta trilogía es la increíble y sabia generosidad de Phia Menard. Un Sísifo revisitado que, a sabiendas de que ya no quedan certidumbres ni lugares protegidos, de que un simple virus ha podido cerrar los teatros del mundo, está dispuesto a arriesgarse y a poner todo su esfuerzo para construir cada noche, en cada representación, hermosos y efímeros mundos para todo aquél que los necesite.

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