'Prohibido entrar sin pantalones', o la vida entendida como tempestad

Juan Bonilla dedica su nueva novela al futurista Vladimir Maiakovski, el "poeta nacional de un país que era el ombligo del mundo" y un hombre "que se movió entre el cieno y el cielo"

Juan Bonilla, ayer en el expositor de la Consejería de Cultura y Deporte, donde firmó ejemplares de su nueva obra, editada en Seix Barral.
Juan Bonilla, ayer en el expositor de la Consejería de Cultura y Deporte, donde firmó ejemplares de su nueva obra, editada en Seix Barral.
Braulio Ortiz Sevilla

04 de mayo 2013 - 05:00

"Si lo desean / comeré carne hasta ponerme rabioso / -y, como el cielo, mudaré de tonos-; si lo desean / seré impecablemente tierno. / No un hombre, / ¡sino una nube en pantalones!", escribió Vladimir Maiakovski en uno de sus poemas más célebres, que llegó a recitar 112 veces en cuatro meses. La casualidad quiso que aquella nube en la que deseaba encarnarse el vanguardista ruso visitara ayer la Feria del Libro para descargar su lluvia sobre la Pérgola, mientras se presentaba, precisamente, la semblanza del autor futurista que ha abordado Juan Bonilla, Prohibido entrar sin pantalones (Seix Barral), una novela hipnótica y escrita en estado de gracia, con la misma fiereza, intensidad e inventiva con las que se desenvolvió su protagonista en su aventurada biografía, un texto que afianza a su creador entre los narradores más privilegiados de la literatura española. "Éste es un lugar muy maiakovskiano", sentenció el novelista en un acto que tuvo que interrumpirse después de que el súbito temporal provocara que se fuera la luz, y en el que su criatura "habría pegado gritos para callar el ruido de la vida [la algarabía de los niños que correteaban y los paseantes que deambulaban junto a los expositores], esa vida a la que él mismo cantaba en su obra".

La vanguardia, opina Rafael de Cózar, padrino de un encuentro organizado por el Centro Andaluz de las Letras, es "un campo de personajes claramente novelables", aunque, en su opinión, en un panorama literario en el que "hasta hace poco abundaban los escritores que confiaban únicamente en su experiencia en lo visto y lo conocido, pocos autores españoles actuales serían capaces de abordar a alguien como Maiakovski y todo lo que le rodeó. Para eso hace falta trabajo, documentación, horas de dedicación", observa Cózar. La elección del protagonista, "un poeta de vida, temperamento y obra geniales", un creador cuyo entusiasmo parecía inagotable y que además era "narrador, ensayista, autor y actor de teatro, director de cine y publicista", un activista díscolo y carismático que podía ser tomado como "símbolo de la vanguardia como postura, como actitud ante el pasado y el presente", la apuesta por un personaje que tras su apariencia de hombretón soberbio y agresivo era poliédrico e inagotable ya habría sido, argumenta el especialista, "por sí misma garantía de interés", pero Prohibido entrar sin pantalones destaca, además de por ese "estilo ágil, de rápidos plumazos, que engancha desde el principio", por la "sabiduría narrativa" de Bonilla, que "ha investigado a fondo el asunto del que habla pero es capaz de tratarlo con naturalidad, sin caer en el exceso de demostrar lo mucho que sabe".

Para Bonilla, "una novela tiene que contar una transformación, es lo esencial en un relato", y la apasionante peripecia del revolucionario Maiakovski, un hombre que se movió "entre el cieno y el cielo", le facilitaba reconstruir la experiencia de un tipo "que empieza en el barro de no ser conocido, se convierte en un truhán peligroso de la época zarista, se enamora de sí mismo tanto que llega a pensar que la Revolución Rusa no es más que el proyecto en los demás de su propia poesía". De "poeta nacional de un país que era el ombligo del mundo en ese momento, tan lleno de esperanza en que las cosas podían cambiar" pasará a ser el objeto del desprecio de "Stalin y sus burócratas, que no lo quieren porque lo que hace es pequeñoburgués". Hilvanar esas etapas significaba articular un proceso "que iba de la iluminación, de la esperanza, de tratar de llegar a ese futuro que daba nombre al movimiento" hasta la asunción del fracaso, donde "no había otra salida que el disparo en el corazón".

La increíble historia de Maiakovski despliega entre otros episodios la peculiar relación que el poeta mantuvo con Lily, la esposa de Osip Brik -"goza, goza, eso es todo", le dice el marido en el libro a la mujer cuando sabe de su infidelidad, "no nos rindamos ante las cláusulas del amor burgués y pútrido"-, o los viajes que el poeta realiza por Europa en los que hacía apostolado de la causa bolchevique. A Maiakovski, en realidad, no le interesaba en absoluto la teoría política, como valora Bonilla: "Él decía de manera chistosa, aunque no sé si realmente lo decía él o me lo he inventado yo, que trató de leer a Lenin pero como no descubría quién era el asesino lo dejó", comenta el autor de Los príncipes nubios y Tanta gente sola. "Él se inventaba lo que leía. Él lee la teoría de la relatividad de Einstein y cree que allí se indica que el hombre podrá viajar en el tiempo. La teoría en sí le importa poco, lo que le importa de los libros, y de las cosas que le suceden, es que se le ofrecen como un trampolín para su imaginación". Así, "cuando se convierte en propagandista lo hace de algo que no es real, que no está escrito en ninguna parte más que en sus propios poemas. Era el peor embajador bolchevique posible, porque realmente no podía ser embajador de algo en lo que ni siquiera llegó a creer", sopesa Bonilla.

La fascinación que siente por el personaje no hace de Prohibido entrar sin pantalones un retrato indulgente: Maiakovski es descrito como una víctima de su propio egocentrismo. "Era un señor que iba a las fábricas a arengar a los obreros con sus poemas no porque pensara que los obreros necesitaran ser arengados, sino porque sabía que él necesitaba obreros que le escucharan", señala el novelista, que no sabe atribuir su suicidio al descrédito que sufrió por parte de las autoridades o su incapacidad para amar y amarse a sí mismo. "Yo no me he suicidado nunca y no sé si una sola razón pesa sobre todas las demás", bromea Bonilla. "Pero, sí, el trato que le da la burocracia es determinante, aplastó su narcisismo".

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