Desde una galaxia muy lejana

Proxima Centauri | Crítica

Un momento del concierto de Proxima Centauri en el Espacio Turina
Un momento del concierto de Proxima Centauri en el Espacio Turina / Micaela Galván

La ficha

PROXIMA CENTAURI

*** XIII Festival Encuentros Sonoros. Proxima Centauri: Marie-Bernadette Charrier, saxofón y dirección artística; Sylvain Millepied, flauta; Hilomi Sakaguchi, piano; Benoit Poly, percusión; Christophe Havel, electrónica.

Programa: ‘Horizons Chimériques’

Thierry Alla (1955-2023): Artificiel [2001]

Raphaèle Biston (1975): Ombres [2022]

John Cage (1912-1992): Living room music [1940]

Juan Arroyo (1981): Sikuri II [2024]

Pierre Jodlowski (1971): Coliseum [2008]

Fecha: Viernes, 3 de mayo. Lugar: Espacio Turina. Asistentes: Unas 40 personas.

El conjunto francés Proxima Centauri vino desde el universo de la vanguardia más aguerrida y agresiva para recordarnos que la exploración en los límites del sonido sigue vigente para muchos creadores de nuestro tiempo. Si en las últimas décadas muchos compositores modernos dieron pasos para conciliarse con la melodía y las formas más reconocibles de la tradición, el mundo experimental alimentado por el serialismo en los años 60 tiene aún una cuota no desdeñable de presencia en los programas.

En Living room (1940) John Cage había iniciado ya su acercamiento a la indeterminación, aquí el de los instrumentos no fijados, y por eso el grupo escogió cuatro ipads y, eso sí, respetó en “Story”, el segundo movimiento, el inicio del poema de Gertrude Stein que usó el autor (“Once upon a time...”). Todas las obras llevaban componente electrónico que ahondó en esa exploración de límites. En Artificiel de Thierry Alla, que abría el recital, se trata de un auténtico ritual marcado por la potencia percutiva y el gesto escénico (flauta y saxo de espaldas al público), mientras en Coliseum de Pierre Jodlowski, los límites los marcan las dinámicas extremas y algunos excursos casi jazzísticos en el saxo. Ombres de Raphaèle Biston se centra en el timbre, jugando con la superposición entre el sonido acústico y el electrónico (que se doblan o se apartan) y apostando por una discontinuidad casi bouleziana. En Sikuri II de Juan Arroyo dialogan un set de percusión muy diverso (incluida flauta de pan) con un saxo alto sin boquilla en un juego que también tiene mucho de ritual.

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