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Crítica de Danza

Un Quijote espectacular

Un pasaje del 'Don Quijote' de la Compañía Nacional de Danza, con dirección de José Carlos Martínez.

Un pasaje del 'Don Quijote' de la Compañía Nacional de Danza, con dirección de José Carlos Martínez. / guillermo mendo

Buen comienzo de año el que vivió anoche el Maestranza con la Compañía Nacional de Danza en el escenario y la Ross en el foso.

El ballet que los unía es uno de los menos vistos en este país, a pesar de su título tan español y de haber sido uno de los favoritos, junto a El lago de los cisnes, en la Rusia Imperial.

En Sevilla, por donde había pasado solamente la versión de Rudolf Nureyev interpretada por el Ballet del Teatro Alla Scala de Milán (en 1998), ha habido que esperar a que José Carlos Martínez, tras seis años al frente de la Compañía Nacional de Danza, se lanzara al ruedo montando este título clásico -con una compañía que no lo es, aunque la versatilidad de sus bailarines sea notable- en un momento no demasiado boyante para ninguna compañía institucional.

De sus muchos aciertos dio buena cuenta la entusiasta respuesta de un público que se entregó desde el primer momento y terminó de pie con una enorme ovación.

Ya en sí mismo, este ballet contiene numerosos activos, empezando por un relato lleno de acción inspirado en el episodio de Las bodas de Camacho (capítulo 20 de la segunda parte de El Quijote). Marius Petipa, libretista y coreógrafo (junto a Gorski) trabajó la pieza con Ludwid Minkus, por encargo del Teatro Bolshoi de Moscú, donde se estrenó en diciembre de 1869, incluyendo un rocín auténtico y los numerosos ritmos españoles que había tenido ocasión de admirar en los tres años que pasó en España, trabajando en el Teatro Real de Madrid.

Lo que suele chirriar en la mayoría de las versiones -estereotipados gitanos, toreros y aldeanos españoles- en la de Martínez se convierte en espectáculo brillante con la ayuda de unos bailarines llenos de brío y de un hermoso vestuario que realza los elementos típicos y paródicos ahuyentando el cliché.

Con un dinamismo potenciado por las expresivas melodías de Minkus/Ross, se alternan escenas corales llenas de color, como la de los toreros o la de los gitanos, muy hermosas de coreografía, con otras más íntimas y poéticas, como la de Don Quijote y Dulcinea en el segundo acto o la de la unión final de Quiteria y Basilio.

En danza, una magnífica interpretación -con sabios guiños al folclore español- en las jotas, boleros y fandangos y una oportunidad de lucimiento en los pasajes clásicos, como el paso a dos final de los enamorados, que demostraron su estupenda técnica (ella con los fuetés, el con los jetés...) y una gran compenetración.

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