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REAL ORQUESTA SINFÓNICA DE SEVILLA | CRÍTICA

La 'Novena' inextinguible

Juanjo Mena.

Juanjo Mena. / Juan Carlos Muñoz

Sea la primera, la novena o nonagésima vez que se enfrenta uno a la Novena por excelencia, la sensación es siempre la misma, redoblada si cabe a cada escucha: la grandisidad del mensaje y la monumentalidad de su sonido, amplificado todo ello por la enormidad del esfuerzo que debió suponer levantar esta catedral sonora por un sordo.

Por ello, casi siempre el balance anímico final supera a las posibles limitaciones de la interpretación y de sus circunstancias, como es el caso de esta ejecución que puso final a esta accidentadab temporada de conciertos. Para empezar, la disposición de las fuerzas sonoras precisas para esta sinfonía no facilitaba precisamente el empaste y la conjunción global. Con media sección de cuerdas adalantada sobre las cuatro primeras filas de butacas y, por ello, fuera de la caja acústica; con el coro muy alejado, las secciones instrumentales más separadas de lo habitual y los cuatro solistas desplazados a la izquierda y detrás de la orquesta, se hizo difícil por momentos escuchar ataques y frases precisos, como en buena parte de la primera mitad del Allegro ma non troppo, un poco maestoso, que ya se inició de forma plana y anodina en las cuerdas, sin la tensión que imprime Beethoven a las breves frases de los segundos violines en los primeros compases. El resto de este primer movimiento se deslizó por una senda de escasas acentuaciones y de ausencia de ese sentido agónico con el que Beethoven nos abruma.

Mejor estuvo el Scherzo, con un sonido más ajustado entre las secciones, con buenas transiciones dinámicas y un Trío vivaz y equilibrado. En el Adagio molto e cantabile Mena se centró precisamente en hacer presente ese matiz cantable a través de una articulación muy detallada, cincelando con mimo cada frase. El arranque del Finale fue plano, con unos recitativos a cargo de la cuerda grave blandos y sin dramatismo. A cambio, la primera enunciación del tema de la Alegría fue muy cuidada en cada entrada instrumental. La disposición espacial mencionada hizo que, salvo en el caso del poderoso José Antonio López, espléndido en su primera intervención, las voces solistas (especialmente la de un Sanabria corto de medios) perdieran relieve y presencia, si bien hay que señalar la belleza del sonido de Lojendio en los momentos más reposados. El coro estuvo espléndido de empaste y sorteó con gran nota los peligros de las tesituras y dinámicas extremas prescritas por Beethoven. Lástima que en la coda final la lejanía y el volumen orquestal desplazase al coro a un lejano plano sonoro.

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