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Cultura

Rancapino, presente puro

Cante: Rancapino, Rancapino hijo. Guitarra: Antonio Higuero. Palmas: Ali de la Tota, Ramón Torrés. Lugar: Teatro Central. Fecha: Martes, 11 de marzo. Aforo: Tres cuartos de entrada.

Todo lo que sale de su boca es oro puro. Da igual que los años le hayan mermado facultades: como diría su amigo Chano Lobato, nunca fue un Paparotti. Trató de contar la anécdota de Chano ("eres el Robert Redford de África", le dijo el de Cádiz en una ocasión), pero, como no se acordaba del nombre del actor, tuvo que ser el público, su público, que conoce el chiste, el que se la contó a él.

Los seis cantes que hizo fueron oro puro. Especialmente la soleá, esculpida sobre la piedra, y la dolorosa seguiriya. Puede hacer un repertorio ajeno, de Caracol a Aurelio, pasando por Manolito de María, pero siempre sonará personal. Su singularidad cantaora es ese timbre extraño, fantástico. Una voz rota, un puro hilo, siempre en precario equilibrio. Y la fiereza y entrañas que le echa a la interpretación. Después del llanto de la seguiriya, Rancapino sonríe y seduce al público a fuerza de naturalidad. Convierte el escenario en un espacio íntimo. Son tablas y también carácter: la bonhomía le sale a raudales. Es la pena misma detrás de una sonrisa, que diría el clásico. Hacía años que no escuchaba tantos oles, y tan bien dichos, en este teatro. En fin, que si hay alguien que es presente puro, ése es Rancapino. Rancapino hijo tiene una voz blanca y es, como su progenitor, un caracolero de pro. Su repertorio es de otra época, y quizá ello lo convierta en un joven flamenco singular. Sus letras y la manera de encarar las melodías nos retrotraen 70 años. Dice el fandango con gusto y sin drama.

Antonio Higuero los escoltó con su guitarra luminosa, siempre sensible al cante. Esta claridad hacen de la suya una guitarra muy reconocible en el toque jerezano.

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