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Renacer | Crítica

Germinaciones

Un momento de 'Renacer'  en el Espacio Turina.

Un momento de 'Renacer' en el Espacio Turina. / Luis Ollero

Había expectación por la presentación española de la recién estrenada vídeo-ópera de Alberto Carretero (se vio por primera vez en Viena el pasado 27 de noviembre), y lo prueba un público más numeroso del habitual por lo que hace a los eventos de música contemporánea en la ciudad y la presencia de algunos muy importantes compositores de todo el país (he visto a Tomás Marco, Mauricio Sotelo, José María Sánchez Verdú, César Camarero, Eneko Vadillo y Carolina Cerezo, pero puede que hubiera más). Y, pese a problemas iniciales con el vídeo (por razones desconocidas, la parte visual del montaje tardó varios minutos en arrancar), las expectativas se vieron cumplidas por un espectáculo que ofrece lo que promete, arte de vanguardia salido de un sólido proyecto transdisciplinar.

Aunque Carretero está bien posicionado en entornos de tecnología punta, incluida la inteligencia artificial, su trabajo rezuma clasicismo, y ese es desde mi punto de vista uno de los mayores logros de su obra, que pueda ser concebida desde una mirada que, plantados los pies en la Segunda Escuela de Viena, progresa con el siglo en la integración de música textural, electroacústica, espectralismo, síntesis electrónica y guiños a tradiciones no académicas. Todos esos elementos están además puestos al servicio de una dramaturgia que, tratando de representar las profundidades de la germinación (natural y artística), puede ser un poco confusa o ambigua, pero que tiene al menos tres valores sustanciales: primero, la pintura de Juan Lacomba, a quien Juan Manuel Bonet lleva tanto tiempo reivindicando como uno de los nombres importantes de la vanguardia española, y que aquí se muestra con una transparencia y una delicadeza impactantes; segundo, el vídeo de Miguel Alonso, que mueve la pintura de Lacomba con un vigor y un sentido de la metamorfosis que conecta con el trasfondo más sincero y hondo de la obra; tercero, los versos de Francisco Deco, de un potencial expresivo incandescente.

En cualquier caso, pienso que lo que peor resuelve la música de Carretero es justamente el texto, pero no por deficiencias en el tratamiento vocal, sino por exceso. Demasiadas palabras. Su ópera se hace excesivamente verbosa, que es algo que no necesita. La poesía de Deco funciona como agitadora y es tanto más poderosa cuanto más concisa. La escritura instrumental de Carretero tiene además el encanto de su fisicidad, de su lirismo, directo y espontáneo, con lo que puede soportar en solitario por más tiempo el peso de la dramaturgia. Meter todo ese texto en poco más de una hora exige un tratamiento vocal volcado en buena medida en la recitación, pero el artefacto funciona, entre otras cosas porque la soprano Johanna Vargas estuvo deslumbrante, tanto en las extensas partes declamadas, que nunca resultaron monótonas, como en las secciones en que asume líneas melódicas propias del barroco, del belcanto o de la canción popular y del jazz. Igualmente brillante resultó el conjunto instrumental, que Nacho de Paz concertó con exquisita precisión.

Una vez más, el Espacio Turina, que coproduce el espectáculo, muestra su sensibilidad hacia la música de vanguardia, algo esencial que en los últimos años, liquidado al parecer de forma definitiva el ciclo del Teatro Central, está sirviendo para mantener a Sevilla como un centro de referencia en toda España.

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