Díaz Cotán & Fayed | Crítica

Espectros en noches de verano

Reham Fayed y Rosa Díaz Cotán en el Alcázar

Reham Fayed y Rosa Díaz Cotán en el Alcázar / Actidea

Espectros cromáticos del sonido. A eso remitía el título de este recital (Spectrum). No era pues un cebo para boomers nostálgicos y despistados, pues Rosa Díaz Cotán y Reham Fayed son demasiado jóvenes para manejar las referencias a aquellos viejos y adorables cacharros de la prehistoria informática de tantos. Sevillana de Olivares la arpista, egipcia la flautista, se conocieron en un encuentro con la Orquesta del Diwan de Barenboim en 2004 y ahora ambas residen y trabajan en Berlín, tocando como dúo desde hace cinco años.

La de flauta y arpa es una formación camerística muy habitual. Aunque el repertorio propio no es extenso ni deslumbrante, al unirse un instrumento melódico (la flauta) con otro armónico (el arpa) las posibilidades de asumir casi cualquier tipo de arreglo de casi cualquier tipo de música tienden al infinito. Muy vinculados ambos instrumentos a la tradición francesa de la primera mitad del siglo XX, el riesgo principal de asociarlos es abundar en el tópico de sus sonoridades evanescentes, vaporosas y celestiales hasta que todo acabe resultando melifluo y remilgado.

Díaz Cotán y Fayed trataron de rehuir ese riesgo (que por momentos bordearon) con un programa en el que al lado de piezas muy conocidas y recurrentes para el dúo (la Meditación de Thaïs, el Entr'acte de Ibert, tan popularizado por Rampal en su día, o arreglos de piezas francesas también frecuentes: un número de la Petite Suite de Debussy, el Minueto de La arlesiana y el Entreacto de Carmen de Bizet) recurrieron a una obra original del arpista Bernard Andrès, Narthex, moderadamente vanguardista, por sus disonancias y el uso de técnicas extendidas, o una nueva versión del aria de Lensky del Eugen Oneguin de Chaikovski. Como fin de fiesta otra obra que, aun original para flauta y guitarra, el arpa se la ha apropiado también con convicción, la Historia del tango de Piazzolla, de la que interpretaron sólo su primer número, Bordel 1900. También estaba previsto el segundo, Café 1930, pero el tiempo es enemigo implacable del ciclo del Alcázar y, como ella mismo ya advirtió al principio del concierto, a Rosa Díaz Cotán, que desborda simpatía y cercanía en cada frase que pronuncia, le gusta demasiado hablar, a veces de forma un poco innecesaria, y la pieza se cayó del programa.

El dúo se fundamenta en una musicalidad y una calidad individual extraordinarias. El sonido de la flautista egipcia es terso, claro, limpio, brillante, homogéneo en todo el registro. Su articulación es siempre cristalina y su capacidad para matizarlo en las dinámicas más leves prodigiosa: mantiene siempre la perfecta distinción entre las notas, mientras los acentos siguen en su sitio, marcando con absoluta nitidez el fraseo. La arpista sevillana compartió la claridad de la articulación y la sensibilidad para hacer que los pasajes más expresivos no cayeran en la blandura, algo esencial con tantas piezas lentas para eludir ese riesgo de lo almibarado. La mezcla sonora resultó sin duda seductora, aunque una música en general tan biensonante, con tantas consonancias y dulzuras, se aproximó a veces a ese abismo del melindre (Thaïs, Arlesiana). La brillantez del Piazzolla de cierre sirvió en cambio para dar el toque de chispa, energía, gracia y vitalidad que el recital estaba necesitando.

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