Runa | Crítica de Danza

Retazos de una vida ya vivida

Laly Ayguadé y Lisard Tranis en una escena de la representación de 'Runa', en el Cortijo de Cuarto, dentro del Festival de Danza de Itálica.

Laly Ayguadé y Lisard Tranis en una escena de la representación de 'Runa', en el Cortijo de Cuarto, dentro del Festival de Danza de Itálica. / Lolo Vasco

Un habitáculo lleno de objetos cotidianos mezclados, desvaídos, obsoletos muchos de ellos, constituye algo así como una caja de pandora cuya tapa se abre al comienzo del espectáculo.

En su interior, o tal vez fuera ya de él, un hombre y una mujer se buscan o se encuentran a veces detrás de un objeto o de un vestido, o brotando como una planta de un viejo sofá.

En realidad, estamos seguros de que cada prenda de ropa, cada cachivache de ese caos que nos recuerda ciertos ambientes hiperrealistas de Peeping Tom, oculta algún secreto de la relación que unió a la pareja, algún retazo de vida ya vivida que flota en el aire mezclándose en el tiempo.

Relaciones complejas y muy cargadas de historia -los trabajos de Ayguadé son siempre bastante teatrales- que la luz escande en diferentes periodos cuyas elipsis se nos presentan de manera algo confusa.

Y es que para captar toda la intensidad que encierra Runa, a nuestro entender, hubiera hecho falta un espacio más íntimo y cerrado. El cortijo de Cuarto es un lugar magnífico y ojalá que la Diputación Provincial, su propietaria, lo utilice más a menudo con fines culturales, pero para Runa las condiciones no fueron las más adecuadas.

La claridad de una noche de luna creciente, el calor tremendo con que empezó la pieza y que supuso un enorme esfuerzo para los bailarines (casi siempre con abrigos o chaquetas) y un incesante movimiento de abanicos en la grada, nos hurtó gran parte de la emoción y de la intensidad que sin duda suscita este cuidado trabajo.

Por encima de todo, sin embargo, la danza fue realmente magnífica. Lali, maravillosa en las piezas cortas de calle a las que nos tiene acostumbrados, demostró que también sabe mantener la tensión en trabajos de mayor metraje.

Extraordinarios son su fluidez, su técnica, su plasticidad y su capacidad para cambiar la calidad de su movimiento en función de las etapas y de los sentimientos que quiere expresar, en este caso frente al hombre, ya onírica, ya suplicante, ya asertiva, o incluso dura, en un tête-à-tête en el que Lisard Tranis no le va a la zaga.

Con una danza de contacto que los hace girar y girar en redondo en cada encuentro, como si estuvieran en el centro de un huracán del que en algunos momentos, uno u otro se escapa, Lali demostró a las claras que el éxito de sus últimos trabajos de larga duración y su reciente premio Max como Mejor Intérprete de danza son cosas completamente merecidas, al igual que los de Tranis, un bailarín versátil e igualmente magnífico.

Crucial en Runa la labor de los responsables del vestuario, la escenografía y las luces, y estupenda también la banda sonora que acompaña a sus muchas historias, obra del músico Miguel Marín Arbol.

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