Dando el cante | Crítica

Un espectáculo diáfano

Juan Tomás de la Molía, izquierda, y Alberto Sellés, a ritmo de guajiras.

Juan Tomás de la Molía, izquierda, y Alberto Sellés, a ritmo de guajiras. / Remedios Malvarez

Un espectáculo diáfano. Todo está claro. Las intenciones se ven plenamente reflejadas en los resultados. Y las intenciones son divertirse bailando, cantando. Un espectáculo sin cantaores no. Un espectáculo donde los cantaores también bailan. Donde los bailaores también cantan. Porque Alberto Sellés o Miguel Ángel Heredia tienen una potencia, también como cantaores, impresionantes. Juan Tomás de la Molía, con una voz más tímida, también hace unos giros deliciosos. Y al El Junco se le reconoce como cantaor festero personal. Con mucha generosidad, supieron ponerse cada uno al servicio de los otros, de sus compañeros. Juan Tomás de la Molía es un artista superdotado, con una capacidad de trasmisión espectacular. Ya nos sorprendió en el concurso de la Federación de Peñas de Sevilla y su arte sigue en ascenso. Firmó una soleá espectacular. El Junco hizo sus alegrías, plenas de sabor. Miguel Ángel Heredia, además de cantar como un trueno en las seguiriyas, hizo las delicias de brazos, muñecas. Unos brazos larguísimos. Alberto Sellés sólido, seguro, pétreo por seguiriyas. También los pasos a dos y a cuatro fueron una delicia, la guajira, la farruca. Y hasta un solo de cante hubo, Alberto Sellés por tangos con el acompañamiento a la guitarra de Juan Tomás de la Molía. Y hablando de la guitarra, Jesús Rodríguez no solo fue el soporte armónico, y rítmico junto a Roberto Jaén, de la noche, además puso sutileza y emoción en su toque, sobre todo en el preludio del fin de fiesta, que fue una explosión lorquiana a ritmo de bulerías.

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