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GRYGORY SOKOLOV | CRÍTICA

El fenómeno Sokolov

Sokolov y un piano, no es necesario nada más.

Sokolov y un piano, no es necesario nada más. / Guillermo Mendo

No por ya conocido (por suerte) deja de ser asombroso lo de Grygory Sokolov. Su faz impertérrita, la inmovilidad de su cuerpo, su ausencia de gesticulación de brazos, su energía para desarrollar largos programas y su bendita costumbre de prolongarlos con ese tercer tiempo en el que de seguro que no faltan al menos cinco propinas. Seis ofreció en esta ocasión, con piezas de Rameau, Chopin, Rachmaninov y Bach. Cuando tras más de dos horas de concierto se es capaz aún de interpretar con igual frescura piezas nada sencillas (las danzas de Rameau se las traían, por ejemplo) y de terminar con la sutilidad y la levedad de un preludio de Bach, es que estamos ante uno de los grandes. Y grande sin alharacas, que parece que pasaba por allí, se sentaba, tocaba, se levantaba, volvía, tocaba, leves inclinaciones de cabeza como señal de agradecinmiento y adiós muy buenas, hasta la próxima. Impresionante, de verdad, como lo supo apreciar un público que ovacionó con admiración durante más de quince minutos.

Bach al piano: la eterna duda. Hay que hacerlo como Sokolov para que no resulte chirriante. Sin apenas pisar el pedal, con una articulación picada, con presión moderada en la pulsación, sin apenas rubato (una pincelada en la Allemande) y sin exagerar las transiciones dinámicas, pudimos escuchar un Bach cristalino y depurado de adherencias decimonónicas. En los cuatro duetos fue sensacional su manera de clarificar las texturas, de hacer evidente y diáfano el contrapunto mientras se mantenía un tempo animado y sin respiro sobre un sonido diamantino. Mayor densidad sonora para la Sinfonía de la segunda partita en su exordio solemne y cortesano, para recalar de nuevo en las aguas critalinas de unas danzas llevadas con elegancia y gracia.

Para Sokolov, las mazurcas de Chopin se mueven entre la elegancia aristocrática y la languidez melancólica de la añoranza de la patria. Rubato expresivo y variedad de densidades sonoras las convirtieron en pequeñas gemas. Para llegar a las evocadoras Escenas del bosque de Schumann, traducidas desde un sentido evocador y bucólico y un sonido sutil, de aérea ligereza y sereno fraseo.

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