REAL ORQUESTA SINFÓNICA DE SEVILLA | CRÍTICA

Francia en su laberinto histórico

Camille Thomas por primera vez con la ROSS.

Camille Thomas por primera vez con la ROSS. / Marina Casanova

Con esta moda de ponerle títulos a los programas de los conciertos se corre el riesgo de que buena parte del programa se quede fuera del significado del título. Belle Époque era el de esta semana, en referencia al periodo que va del final de la Guerra Franco-Prusiana (1871) al inicio de la Primera Guerra Mundial (1914), pero de las cuatro obras en programa sólo una, el concierto de Lalo, se enmarcaba en dicho momento histórico. Programa dispar, además, en cuanto a la personalidad de las obras, desde la ligereza de Boulanger al pathos de la sinfonía de Honegger. Programa, por cierto, cien por cien francés diseñado de nuevo por el director francés en esta su última temporada al frente de la Sinfónica.

La obertura de Béatrice et Benedicte arrancó de forma poco definida en la rápida y fugaz primera frase en anacrusa de los violines, con poca soltura en los arcos cortos. No estuvo aquí fino Soustrot, con una sección central pesante y sin ligereza en el da capo. Igualmente poco ágil fue su acompañamiento del primer tiempo del concierto de Lalo, tapando a veces a la solista, una brillante Thomas de sonido cálido y con brillo, sobrada de agilidad, fraseo pasional (espectaculares dobles cuerdas en sforzando) y sentido de la linea cantable en el segundo tiempo, en el que supo aligerar o densificar el sonido acorde al momento emocional. El tercer tiempo obtuvo una lectura especialmente brillante en la que Soustrot supo darle fuerza a los cambios de ritmo. Lo mejor desde el punto de vista de la batuta fue la transparente versión de la pieza de Boulanger, rica en colores, lo que vuelve a corroborar la especial afinidad del maestro galo con la estética impresionista. En la Sinfonía Litúrgica faltó más tensión en el ostinato del primer tiempo y más violencia en los ataques de las cuerdas. El clima reflexivo y esperanzado del segundo tiempo estuvo perfectamente traducido por Soustrot, que midió al milímetro la progresión del crescendo central. Y regreso a la tensión, contenida pero en crecimiento paulatino, del tercer movimiento, sostenido sobre un espléndido ostinato de timbales, piano y pizzicati de los contrabajos como latido constante para unas cuerdas de sonido terso y luminoso.

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