Cultura

Un Strindberg ni íntimo ni tenso

August Strindberg no vio representada La señorita Julia el día de su estreno. Aunque aquel estreno, a causa de la censura, sólo fuera una pequeña función universitaria. Tuvieron que pasar más de 15 años hasta que el dramaturgo sueco se atreviese a dar una función privada, en honor a su invitado Bernard Shaw. Strindberg no quería ver este drama denso, de una intimidad profunda y tan cercano a su propia biografía. No lo quería ver porque conocía el final trágico de la señorita Julia y era incapaz de aguantar la tensión del desarrollo, esa hipnótica tensión que va creciendo como va creciendo la noche y la oscuridad alrededor de los personajes.

En 1888 Strindberg acumuló todo el talento disperso por los países nórdicos y escribió esta obra y su otra pieza cumbre Acreedores. En las dos se trataba fundamentalmente -de una forma naturalista pero a su vez cercana a los sueños y la locura- la imposibilidad del amor. El hombre, la mujer, están condenados a no entenderse, a vivir tres semanas juntos y, a continuación, reñir, separarse. Muchas son las distancias y Strindberg acumuló las suyas para trasladarlas a sus dramas: diferentes clases sociales y educaciones, diferentes patrimonios, diferentes formas de entender los negocios, los sentimientos.

Antepuesto a La señorita Julia, a Strindberg se le ocurrió colocar un prólogo. Ahí se detalla perfectamente su concepción del teatro -era un gran estudioso de los movimientos literarios y estaba al tanto de lo que ocurría en Europa con respecto al arte y las ciencias- y en qué consiste esta obrita. En el montaje de Miguel Narros se utiliza al principio este prólogo, un recurso sin sentido que los actores lean unas palabras escritas para los lectores e intentado acercarnos al mundo psíquico de Strindberg en vez de meternos de una vez en la obra.

Para esta versión Narros ha vuelto a apostar para el papel femenino por María Adánez, que hace un esfuerzo enorme en que exista intimidad entre los personajes (ella y su siervo Juan) aunque con demasiada atención al público. Para el papel de Juan, también retoma a otro actor con el que ha trabajado, Raúl Prieto. Ambos actores tienen un físico impresionante y unas bonitas voces pero les falta lo único esencial en este drama: la química, la absoluta conexión física, la intimidad. Quizá un empobrecimiento de las luces conforme avanza la noche de San Juan, o haber reducido un poco el espacio escénico, o que los cuerpos se hubiesen tocado más habría ayudado a crear esa intimidad. Por otra parte, que no exista ese vínculo entre los actores hace que la tensión no crezca, sólo crece la historia, que avanza y avanza sin que la escena ponga su sal y su pimienta. En fin, que la gente se aburre porque no se angustia, y sin angustia no se entiende la resolución final, o sea, el suicidio de la deshonrada Julia. Quizás le falta rodaje, quizás Narros no supo, quizás es mucho texto. No sé. Chusa Barbero estuvo fantástica en el corto papel de cocinera.

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