LA BELLA SUSONA | CRÍTICA

Susona entra en el universo de la Ópera

'La bella Susona' se estrena en el Maestranza. / Juan Carlos Muñoz

Leonor de Guzmán, María Padilla, Estrella Tabera. Y ahora se les une Susona como otra protagonista de óperas procedentes del rico acervo medieval sevillano. Esta nueva ópera pasa a ocupar el número ciento ochenta y siete del catálogo de óperas sevillanas. Nada más y nada menos. Y es la primera que se estrena en el Teatro de la Maestranza. Y de un autor sevillano.

Es curioso que hasta ahora nadie hubiese reparado en la historia de la Fermosa fembra como inspiración para una ópera, dado el arraigo que su historia tiene en el imaginario sevillano y dada la potencia dramática de su historia, a caballo entre la verdad histórica (el proceso y ejecución de su padre y otros conversos por judaizar en 1480) y la ficción (la supuesta conjura, los amores y la traición de Susona). Rafael Puerto, autor del libreto, ha optado por dar por supuesta en el público la narrativa de la leyenda y ha desarrollado una especie de cantata sin acción sustentada en un texto en exceso cargado de retórica poética, un a modo de horror vacui discursivo que por momentos devenía en parálisis escénica y en redundancia poética. Hay bellas imágenes e inspiradas frases, pero el balance final nos resulta negativo en cuanto a la operatividad escénica del texto.

Todo lo contrario que la música. Carretero despliega una gran fantasía sonora en la que el sonido va deambulando de forma envolvente entre la electrónica y la orquesta amplificada, creando una niebla sonora que viene de todas partes del teatro, como en una ensoñación musical siempre cambiante, siempre girando sobre sí misma. La percusión es tratada como elemento acentuador de las situaciones con gran sentido de la plasticidad del sonido, un sonido a menudo rugoso y corpóreo. Nacho de Paz nos la ofreció en una magnífica versión perfectamente sincronizada en todos sus elementos, sosteniendo el pulso y el tempo para sortear la inmovilidad del texto.

La misma plasticidad, en perfecta sintonía con la música, tiene la propuesta escénica de Carlos Wagner, sostenida sobre las subyugantes proyecciones diseñadas por Frances Isern (el río ominipresente como correlato de la vida) y la brillante iluminación de Albert Faura que daba profundidad a la escena. Daisy Press, con su voz lírica y timbrada, declamó los momentos inspirados en el canto sinagogal con largos melismas y fraseó con gran atención y con dominio de los reguladores. Brillante la voz bien proyectada de José Luis Sola, todo un dechado de articulación clara. Y tremolante en exceso la de Luis Cansino, a quien costaba entenderlo. Igual que Pardo, engolada y oscura. Poderosa voz la de Andrés Merino, de timbre bien cincelado y correcta la del contratenor, algo corto de tesitura, Federico Fiorio.

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