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Cultura

Tiempo de crisálidas

  • En sus nuevos relatos, duros y sobrecogedores, Gonzalo Calcedo transporta al lector al territorio extraño e inhóspito de la adolescencia.

LAS INGLESAS. Gonzalo Calcedo. Menoscuarto. Palencia, 2015. 192 páginas. 16,90 euros.

Aunque poetas y narradores se han empeñado en cantar y contar las excelencias de la divina juventud, la realidad suele ser bien distinta. La edad en la que el futuro queda lejos es también, en la mayoría de los casos, la edad de la inseguridad y la incertidumbre, sobre todo en esos años fronterizos entre la niñez y la vida adulta en los que intentamos construir con nuestras propias manos una persona en la que reconocernos ante el espejo.

La adolescencia, ese territorio inhóspito que todos estamos obligados a atravesar, es la absoluta protagonista de estos nuevos relatos del veterano narrador Gonzalo Calcedo. En este libro, el autor nos devuelve a esa extraña edad en la que todo está por descubrir, en la que somos tremendamente vulnerables y a la vez inconscientes, y lo hace desde una perspectiva abierta a la comprensión de lo que supone sentirse solo en el mundo, por muy rodeado de otros que se esté, e inevitablemente contrariado con uno mismo.

Pero son los jovencísimos protagonistas de sus relatos adolescentes de otro tiempo, sin móviles ni redes sociales, que apenas ven la tele, que hablan con los otros. Expuestos como los de ahora, como los de todos los tiempos, a las inclemencias que la realidad de la vida entre adultos les impone: la adusta presencia de los profesores, a los que odian y temen, el desamparo sostenido ante la indiferencia de sus padres a los que sienten lejos. Niños, todavía, asustados en el laberinto de la incomprensión de sus propias emociones. Extraños en un mundo que ahora nos resulta tremendamente extraño, incluso a los que en él crecimos. El tiempo en el que autor fue también miembro de esa raza de frágiles crisálidas.

Los nueve relatos de Las inglesas nos hablan de la perplejidad y de la sorpresa de crecer. "Me retrasé adrede: no era mi mundo y me pregunté si en el que me correspondía, por suerte o por casualidad, alguien me estaría echando de menos" (Saab 900). Cada una de estas narraciones es una manera de afrontar ese viaje iniciático que acaba por convertir a sus protagonistas en otras personas. El infortunio familiar, un cúmulo de desgraciadas casualidades o la crueldad de los adultos marcan un punto de inflexión en la vida de estos personajes que los traslada de forma brusca a la vida adulta.

La mayoría de estos relatos transcurren en un escenario sin determinar. Calcedo se detiene poco en la descripción de los lugares, elude darnos demasiadas referencias espaciotemporales, se afana por describir ese otro paisaje, a veces enternecedor, a veces tormentoso, del corazón humano. Casi siempre llueve en estas historias. El agua es elemento purificador por excelencia, también el detonante de los que está por llegar. La luz se acompasa a ritmo de los sentimientos de los personajes: "Fue como si el cielo de carbón de aquel invierno diferente a todos se partiera en dos para dar paso al sol" (Domando ranas).

Apenas hay lugar para la esperanza en estas historias desoladas en las que los jóvenes aprenden, casi siempre solos, a crear una coraza con la que lograr defenderse de los demás. Los adultos los ayudan poco. Son madres solas que beben demasiado (3.000 metros obstáculos), matrimonios que se pelean diariamente (El castillo de formica) o demasiado ensimismados en su precaria cotidianeidad (Tesoros), padres que huyen para eludir la desgracia que se cierne sobre sus familias (Lo que tuvimos), o que reaccionan sólo en el último minuto (Las inglesas). Están tan perdidos como ellos. Niños perdidos que acaban siendo adultos perdidos, como el protagonista de Cosas de la edad, un corrector de pruebas en una editorial, que una vez soñó con ser escritor, cuya única y momentánea gloria escolar es haberse quedado huérfano de padre.

En el relato que da título al libro, el deseo de dos amigas adolescentes de ser otras se concreta en la presencia de unas extranjeras que cada año llegan a un pequeño pueblo costero para enseñar inglés. Ellas son el modelo a seguir, el único atisbo de esperanza, la novedad, la alegría y la libertad. En este contexto, la desaparición de una de las chicas del pueblo, empeñada en emularlas, se convierte en el símbolo de la imposibilidad de transgredir las normas que marcan el paso a la edad adulta.

Calcedo vuelve la mirada a un tiempo oscuro sin hacer concesiones al sentimentalismo. Escarba a fondo para ofrecernos historias duras que sobrecogen al lector. Y lo hace con una prosa directa y efectiva. Domina admirablemente el difícil arte de la frase corta, de la puntuación precisa. El lector saborea sus metáforas brillantes, nada efectistas, sus acertados paralelismos. Escritura emotiva y emocionante. En el complicado mundo de la narración breve es un maestro, y más allá de los premios obtenidos, entre los que figuran algunos tan prestigiosos como el NH Vargas Llosa, el lector puede juzgar por sí mismo con este libro.

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