Ismael Jordi & Mariola Cantarero | Crítica

Veinte años colgados de las alturas

Mariola Cantarero e Ismael Jordi con Rubén Fernández Aguirre en la matinal del Maestranza.

Mariola Cantarero e Ismael Jordi con Rubén Fernández Aguirre en la matinal del Maestranza. / Guillermo Mendo

Veinte años de carrera cumplen Mariola Cantarero e Ismael Jordi, dos de las joyas de la cantera lírica andaluza, y ahí siguen, pese a que ella pasa ya de los 40 y a él no le queda mucho para llegar a los 50, con unos instrumentos en perfecto estado de revista, frescos y lozanos, que les permiten moverse por las alturas, en un doble sentido del término: porque siguen siendo requeridos por los grandes teatros del mundo y porque sus agudos se mantienen en plena forma, algo esencial para sus tesituras, que se mueven entre lo ligero y (cada vez más, sobre todo él) lo lírico. Eso es al menos lo que demostraron en este recital del Maestranza, en el que sus dúos funcionaron tanto por la belleza de la mezcla tímbrica como por el tono expresivo, especialmente en los pasionales dúos amorosos de Lucia y Manon.

La voz de Cantarero sigue siendo poderosa en la zona aguda, incluso un tanto agresiva en el vibrato, siempre con agilidades firme y finamente trabajadas (ese dúo de Lucia, el chispeante vals de la borrachera de Chateau Margaux...), pero el centro es ancho, cálido, y la soprano parece acomodarse cada vez más en sus graves. Además, su fraseo está lleno de pequeñas inflexiones dinámicas que le dan variedad y expresividad al canto, sobre todo gracias a sus delicados pianissimi, que hicieron maravillas en su aria de Maria Stuarda, posiblemente el momento más conmovedor de toda su actuación.

Jordi mostró una forma excepcional. Si la voz parece haberse ensanchado hacia lo lírico, mantiene la pujanza y la frescura en los agudos, que sonaron jóvenes y rutilantes. Mostró una línea de canto matizadísima, capaz de variar colores y dar sentido expresivo a cada frase. Su Pourquoi me réveiller resultó antológico, uso elegantísimo de la media voz incluido, pero la romanza de Doña Francisquita o, ya en las propinas, el No puede ser de La tabernera del puerto fueron también intensos y dramáticos.

Como siempre, Rubén Fernández Aguirre fue no sólo el acompañante atento a cada detalle, sino el artista capaz de crear el ambiente escénico que faltaba. Tras el programa oficial, en las propinas, Mariola ofreció de nuevo su singular y personalísima visión lírica de la copla (un Quintero en el que se emocionó) e Ismael cantó a su paisano Manuel Alejandro con desarmante convicción. Un dúo de Luisa Fernanda de brillante lirismo puso final entre aclamaciones a una celebración que resultó muy emotiva.

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