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Vetusta Morla | crítica

Amistad, amor, humanidad, poesía, música

  • Vetusta Morla presentó en la noche del viernes ante 9.000 espectadores, 'Cable a tierra', su nuevo disco, en el Estadio de la Cartuja, donde hicieron un alto durante la gira del mismo nombre.

Vetusta Morla en un momento de su concierto en el Estadio de la Cartuja

Vetusta Morla en un momento de su concierto en el Estadio de la Cartuja / Juan Carlos Muñoz

El disco que Vetusta Morla está presentando en esta gira que le trajo en la noche del viernes al Estadio de la Cartuja, a la que da su nombre de Cable a Tierra, es un legado de los recientes tiempos pandémicos. Un legado que, como esta banda mora a gran altura, también lo trata así, dándole la importancia que merece. Y lo han forjado con todo lo aprendido durante la inestabilidad y la duda continua del periodo más oscuro que hemos vivido. La crisis nos hizo descubrir a gente que teníamos muy cerca pero muy olvidados: vecinos, tenderos del barrio, del comercio local, familiares y, por supuesto, músicos. Vetusta Morla descubrió que en toda España hay una enorme tradición musical que ha sido olvidada por cuestiones políticas, sociales o de alguna otra índole y que tenemos que volver a valorar. Por eso han buscado otras formas estéticas y musicales que no pertenecen al rock ni al pop y de nuevo, como ya hicieran con el disco Mismo sitio, distinto lugar, la banda cambió para seguir siendo la misma.

Y lo que encontró no lo absorbió Vetusta Morla para apropiárselo, sino que lo integró en su propia música e incluso sus componentes hicieron que se les unieran las cantantes, poetas, pandereteiras, músicos autóctonos y auténticos, gente del colectivo palentino El Naán y folcloristas gallegas de Aliboria, que le han dado un cuerpo y una prestancia única a las canciones de la banda, a las que han enriquecido con sonidos, instrumentos tradicionales de percusión, cantos tradicionales femeninos, fragmentos de canciones y poemas que nosotros tuvimos la fortuna de saborear no solamente en las introducciones de las canciones de la banda, sino también formando parte de ellas incluso hasta llegar a definir el carácter de las mismas, como ocurrió en Finisterre, donde todos estos músicos mantuvieron una percusión arcaica que servía como contrapunto fascinante a la melodía de la canción. Reunidos todos alrededor de una mesa, nos mostraron primero lo que hacían sus ancestros, que en este caso era amasar el pan en esa mesa, en la que a la vez hacían ritmos de labor, surgidos mientras estaban trabajando. Podría parecer que al ser esta una canción compuesta expresamente para este nuevo disco esta integración sería lógica, natural, pero es que repitieron esto mismo también en la canción con la que cerraron el concierto, Los días raros, el gran éxito que siempre espera el público, y el equilibrio de los dos mundos musicales volvió a ser perfecto. Más aún, fue apoteósico.

Vetusta Morla interpretó las diez canciones que integran su reciente trabajo… abuelos y abuelas, mano de cuero, cuchillo de cobre, manantial de leche; dadnos permiso para echar cable a tierra… pero como dos horas y cuarto dan para mucho, interpretaron dieciséis canciones más, entre las que no faltaron Golpe maestro, Maldita dulzura, Copenhague, Palmeras en la Mancha, Te lo digo a ti, con la que comenzó la recta final en una aceleración continua que con Sálvese quien pueda puso a saltar a todos los espectadores de la pista y de la grada, en una repetición catártica de todas las veces que lo habían hecho a ratos con canciones anteriores. Ahora no pararon, sino que mantuvieron la exaltación durante Valiente, glorificada con las percusiones de las tablas que portaban la otra media docena de músicos que acompañaban a los seis de la banda: Pucho, Indio, Guillermo, Álvaro, Jorge, Juanma; delante de ellos las dos chicas de Aliboria cantándole a los mariñeiros -¿habrá alguien más valiente que ellos?- y la fiesta seguía con el público incansable, doce, quince minutos sin dejar de saltar y cantar con ellos, porque todavía continuaron haciéndolo con Saharabbey Road. El crescendo de esos minutos finales del set superó con creces cualquier cosa que pudiésemos esperar de Vetusta Morla y de nuestra respuesta a su espectáculo.

Pero su exhibición no fue solamente musical, sino también técnica y visual. Además de las dos pantallas laterales que llevan todas las bandas, ellos habían incorporado una en la parte trasera del escenario, muy arriba, colgada. Y cuando pasado un cuarto de hora de las diez de la noche comenzaron a interpretar Puñalada trapera, lo hicieron colocados detrás de tres mamparas semi transparentes sobre un fondo rojo intenso, que al terminar izaron también, con lo que descubrimos que eran tres pantallas cuadradas más, iguales a las que ya había arriba, que quedaron detrás de estas y un poco más altas, consiguiendo así un fabuloso efecto al usarlas como dos grandes pantallas rectangulares o seis cuadradas, jugando con las imágenes de forma que en Golpe maestro, por ejemplo, teníamos a la banda multiplicada por cinco, en las pantallas y el escenario; omnipresentes, formidables, alucinantes como el rostro gigantesco de Pucho que, cuando bajaron al escenario los dos juegos de pantallas durante Te lo digo a ti y todo se tiñó de rojo de nuevo, parecía surgir del mismísimo infierno.

Pucho, cantante de Vetusta Morla Pucho, cantante de Vetusta Morla

Pucho, cantante de Vetusta Morla / Juan Carlos Muñoz

Pucho no solo puso el alma en sus canciones, también en el alegato que nos hizo llegar antes de los bises, hablándonos de todas esas personas de la industria musical que estuvieron dos años sin trabajar y, sobre todo, de los que ya no pueden seguir trabajando porque sus empresas han cerrado, recordando a los técnicos de monitores, de luces, de sonido, conductores, gentes de vestuario, estilistas, tramoyistas, escenógrafos, cámaras, realizadores, técnicos de efectos, electricistas… abogó por que no se pierda la magia de los conciertos y no se cierren más salas, añadiendo algo que por hacerlo precisamente en este estadio, donde el sonido, aunque el de esta noche fuese muy bueno, da tantos quebraderos de cabeza, adquirió una dimensión superior; pidió que se invierta un poquito de cada entrada en mejorar la acústica de los recintos, porque el deporte es importante, pero la música que se celebra en los recintos deportivos también lo es.

Ya solo quedaba el trío de canciones finales, transmutadas en pura energía: Si te quiebras, una de las mejores canciones del disco nuevo, que recuerda duelos de los últimos meses y habla de la esperanza futura, cuando ya no duelan tanto; Cuarteles de invierno, con el anuncio de que volverán a hacer sonar los tambores y las caracolas, y aprenderemos de nuevo a guardar silencio, a hablar a la tierra callada; y a nuestros hijos y a nuestras hijas les brotarán alas, y volarán. Cuando terminaron de cantar Los días raros, acompañados por los saltos y las voces de todo el público, la gente siguió tarareando la canción incluso después de que las luces se hubiesen encendido. Los doce músicos se abrazaron, saludaron efusivamente a todos, se fueron del escenario, y los oooohs acompasados de todos seguían sonando. Muy pronto íbamos a llegar a la una menos cuarto de la madrugada. Y nadie quería irse de allí.

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