SOFYA MELIKYAN | CRÍTICA

Colores y perfumes de un piano

Sofya Melikyan en su regreso a Sevilla.

Sofya Melikyan en su regreso a Sevilla. / Federico Mantecón

En su regreso a Sevilla, la pianista armenia Sofya Melikyan nos traía en forma de concierto el contenido de su última grabación discográfica, Présence lointaine, que gira al rededor de la figura del pianista español Ricardo Viñes. Discípulo en París de un nieto de nuestro Manuel García, Viñes jugó un papel fundamental como apoyo a la creación para piano de compositores como Debussy, Ravel, Satie, Falla, Mompou y tantos otros que consiguieron dar a conocer sus composicionwes gracias al prestigio y la mediación de Viñes.

De la escasa producción propia de Viñes Melikyan interpretó los Quatre Hommages pour le piano, cada una de las cuales dedicada a un amigo (Ravel, Fauré, Satie, Fargue). Como era de esperar sumido como estaba Viñes en el universo impresionista, sus obras se adhieren a esa estética y presentan importantes exigencias técnicas y expresivas. Melikyan mostró desde el principio el absoluto control de la pulsación y su capacidad para modular el sonido, desde las figuraciones más evanescentes a los acordes más contundentes, como los que abren la pieza dedicada a Satie. Aquí, como en todo el recital, el fraseo cuidado hasta los más mínimos detalles fue su baza fundamental a la hora de explotar todas las posibilidades emotivas y expresivas de las obras abordadas. Cabe recordar el rubato tan poético de la obra dedicada a Fauré, o la sutilidad con la que llevó el tempo de vals en la última. Otra seña de identidad de esta pianista fue la claridad de su articulación, incluso en los pasajes de mayor densidad textural, como el Oiseaux tristes de Ravel o en Le jour de foire de Séverac. Con el apoyo, además, de una sólida técnica de pedal pudo extraer todo el universo de colores de las Descritions automatiques de Satie, obras en las que la ligereza en la pulsación alcanzó niveles apabullantes. Todo ello se conjugó en su versión de En Languedoc de Déodat de Séverac, una versión tan solvente y brillante en los complejos pasajes de À chevalLe jour de foire como en los más delicados, en los que sobresalió su manera de sostener el tempo con ligeras modulaciones en Sur l'étang, momento en el que la música parecía flotar; o de poner de relieve la repetida figura de cuatro notas que servía de cimiento armónico de Coin de cimetiére. Como apropiada propina, La fille aux cheveux de lin de Debussy (estrenada por el propio Viñes), deliciosa y delicadamente interpretada.

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