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Voltaire/Rousseau. La disputa | Crítica

Combate dialéctico en el salón

Una imagen de la representación. Izquierda (Flotats), derecha (Ponce).

Una imagen de la representación. Izquierda (Flotats), derecha (Ponce).

Los actores llegan para sumar a la contienda entre maneras de ser, pensar y entender el mundo un contraste meramente físico, de la carne y el hueso, de presencia y esqueleto. Al impetuoso Rousseau (Ponce) y al atildado Voltaire (Flotats) les relaciona sin embargo la síntesis en la que se resuelven todas sus antítesis: ambos guardan cartas en la manga con las que pretenden dominar la situación.

Voltaire/Rousseau. La disputa es un buen texto, divertido, didáctico y enjundioso, y da para una gran obra de teatro gracias a Flotats, impecable en su encarnación –perfección de la economía expresiva que tejen palabras y gestos– y aún más determinante a la hora de concebir espacialmente este careo filosófico atravesado de finísimo humor y cuya apariencia no pasa de drama doméstico con dos personajes condenados al diálogo.

Nueva ocasión para admirar el trabajo de Flotats delante y detrás de la escena

La densidad comparece en el espacio único gracias al asunto, digno del Mankiewicz de postrimerías, de las estrategias. Tanto Voltaire, como Rousseau (gran Pere Ponce), como el espectador, saben lo que cada uno ha ido a buscar allí y sospechan lo que se avecina. Queda saber el cuándo y el cómo, y, para los que miramos y escuchamos, el deleite de las artimañas que los acercan al trance de las revelaciones: por ejemplo la vocación de abandono de la escena por parte de Flotats, como para ir a consultar el manual bélico, o la incontinencia husmeante de Ponce, buscando el ángulo del ataque definitivo. Se trata, a fin de cuentas, de una maravillosa y calculada danza, mientras se exprimen las palabras.