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LA GENERALA | CRÍTICA

La llama de la Zarzuela sigue viva

Escena del primer acto de 'La Generala'.

Escena del primer acto de 'La Generala'. / Federico Mantecón

Hace siglo y medio eran habituales en Sevilla temporadas de zarzuela con más de cien representaciones en diversos teatros de la ciudad y a todo lo largo del año, pues teatros al aire libre como el Eslava alimentaban en verano la afición por el género lírico. La situación del presente dista mucho de aquella en materia de zarzuela, con un Teatro de la Maestranza que programaba sólo un título anual y que desde hace dos años ya ni eso, sin que se hayan argüido razones para ello desde su dirección.

Por eso adquiere un gran valor simbólico, amén del artístico, el trabajo que desde hace ya catorce años viene desarrollando la Compañía Sevillana de Zarzuela. Sus dos mil socios y sus llenos absolutos función tras función hablan bien a las claras de que existe el suficiente soporte social como para que los teatros públicos, como en otras ciudades, afronten temporadas estables de este género.

Rescatar La Generala es jugar sobre seguro, dada la calidad de su música, elegante, refinada e inspirada y la comicidad de sus situaciones. La comicidad estuvo perfectamente servida por Rull, Martín (genial la ocurrencia del caballito de juguete), Coelho y Sánchez-Rivas, geniales en sus papeles. Con la fina y atenta dirección de Elena Martínez, que supo equilibar el sonido del foso con el del escenario a la perfección y con una orquesta más que solvente y un coro con buenas voces (femeninas sobre todo), Aurora Galán pudo brillar con su bella voz, su gusto en el fraseo y su línea de canto. Estupenda la gracia desbordante y la agilidad de su canto en la Canción del Arlequín. Florido sonaba bien en el centro, pero perdía definición al subir, con claros estrechamientos en la zona de paso. Interesante la voz del bajo Nomdedeu, potente y de bello color, algo engolada. Y muy timbrada la voz ligera de Ramírez, especialmete en el registro agudo. Su dúo con Florido en el segundo acto estuvo entre los mejores momentos de la noche. La puesta en escena, a la antigua, con dos telones y vestuario clásico, sacó oro del reducido espacio y dio vida a la dimensión teatral de este título tan poco representado.

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