ANTOLOGÍA DE LA ZARZUELA | CRÍTICA

La Zarzuela en Sevilla: un modelo a seguir

La jota de 'Gigantes y Cabezudos' como fin de fiesta.

La jota de 'Gigantes y Cabezudos' como fin de fiesta. / Federico Mantecón

Lo que empezó hace diecieséis años siendo un sueño juvenil de tres estudiantes universitarios se ha convertido en la actualidad en todo un fenómeno social en Sevilla. La Compañía Sevillana de Zarzuela ha conseguido torcer el triste destino de la zarzuela en Sevilla de hace tres lustros para darle la presencia y el relieve que nunca debió perder y al que parecen haber renunciado las instancias "oficiales" de la vida musical hispalense (una triste zarzuela al año en el Maestranza, por ejemplo, con años que ni eso siquiera). Desde la iniciativa privada, desde la sociedad civil que se articula al margen de las procelosas aguas de la política municipal y venciendo prejuicios trasnochados ("la zarzuela no tiene altura cultural", se ha llegado a oir por la Plaza Nueva), se ha conseguido implantar en la programación musical sevillana un calendario intenso de citas alrededor de lo que estos días el Ministerio de Cultura ha señalado como Patrimonio Cultural Inmaterial de España. Más de dos mil socios siguen fielmente las producciones y conciertos, llenando los aforos con fidelidad, entrega y entusiasmo, a diferencia de asociaciones similares que apenas consiguen movilizar a sus socios para sus propios conciertos. Ese respaldo social, simbolizado en los llenos absolutos sea en el Teatro Lope de Vega, en el Espacio Turina o recientemente en el Cartuja Center, es el que permite afrontar los próximos años con optimismo y con retos artísticos cada vez más ambiciosos que buscan hacer de Sevilla una de las capitales esenciales de la Zarzuela.

Para celebrar todo esto se ha organizado esta antología con algunas de las mejores producciones (veinticinco nada menos) afrontadas por la CSZ en estos años. Javier Sánchez-Rivas fue guiándonos con su locución por la historia de este proyecto e incluso se lanzó al escenario para vestirse de su personaje fetiche, el Don Hilarión de La verbena de la Paloma, con amplias dotes cómicas, soltura escénica y voz más que apropiada para el personaje. Marta García-Morales fue la responsable del flujo de las escenas concatenadas, dándole ligereza y fluidez al movimiento de actores, coros y bailarines. Hay que destacar la perfecta organización en el derroche de vestuario, diferente en cada escena y siempre apropiado y brillante. Elena Martínez se mueve como pez en el agua en las claves estilísticas de las zarzuelas y sabe encontrar el tempo apropiado para cada escena, con especial atención a algo tan esencial en nuestro teatro lírico como es el ritmo. Bajo su mando, la orquesta sonó con brillo y conjunción, con momentos especialmente lucidos como el intermedio de El baile de Luis Alonso, el preludio de Agua, azucarillos y aguardiente o el fantástico fandango de Doña Francisquita. Impecable, como marca de la casa que es, el coro, con voces de gran calidad en todas las cuerdas y con un empaste sobresaliente que les hizo firmar páginas sensacionales en la mazurca de las sombrillas de Luisa Fernanda, el coro de Bohemios o el de las espigadoras de La rosa del azafrán. Aplausos también para las brillantes coreografías, especialmemte del fandango y de la jota final.

Como solistas actuaron los cantantes de la casa, con un Andrés Merino de voz contundente, clara y bien regulada; una Marta García-Morales con su habitual desparpajo en el fraseo y su cálido timbre; una Carmen Jiménez de seductor fraseo en la famosa canción babilónica de La corte de faraón; una Aurora Galán de voz tornasolada y gracia en el decir en De España vengo o en la jota de Gigantes y Cabezudos; y una Paula Ramírez cuya voz es como un cascabel de plata, timbrada y con perfecta proyección, con espectacular dominio de la coloratura y del sobreagudo, como lo demostró en la canción del Arlequín de La Generala y, sobre todo, en Me llaman la primorosa.

Conclusión: por otros quince años más como mínimo.

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