El abrazo del zar

Amo a Rusia | Crítica

Capitán Swing publica Amo a Rusia. Crónicas desde un país perdido, libro galardonado con el Pushkin House y Mejor Libro del Año según The New Yorker y la revista Time, cuya autora es la periodista rusa en el exilio Elena Kostyuchenko.

La periodista rusa, hoy en el exilio, Elena Kostyuchenko (Yaroslavl, 1987)
La periodista rusa, hoy en el exilio, Elena Kostyuchenko (Yaroslavl, 1987)
Manuel Gregorio González

26 de octubre 2025 - 06:00

La ficha

Amo a Rusia. Crónicas desde un país perdido. Elena Kostyuchenko. Trad. Mildred Nicotera. Capintán Swing. 400 págs. 26 €

La periodista Elena Kostyuchenko fue noticia en el verano de 2023 tras haber sufrido un presunto envenenamiento en el tren de vuelta a Berlín, procedente de Munich. Como el lector no ignora, son numerosos los opositores al régimen de Vladimir Putin que han sufrido algún tipo atentado contra su vida, bien por envenenamiento, como el expresidente ucraniano Viktor Yúschenko; bien por otras vías de agresión menos expeditivas, como el político Alekséi Navalni, muerto en prisión en febrero de 2024, pero quien ya había sido envenenado anteriormente. Después de la muerte/ejecución de Navalni, Kostyuchenko se declaró atemorizada a la publicación brasileña Aventuras na História, previendo la proximidad de su asesinato. Amo a Rusia. Crónicas desde un país perdido,publicada en 2023, pertenece, por tanto, a un tiempo inmediatamente anterior a su “percance” ferroviario. El contenido del libro, sin embargo, se extiende por una época más amplia, dado que incluye algunos textos narrativos, de carácter realista, así como grandes reportajes periodísticos que alcanzan a la propia configuración del régimen y a su índole criminal.

Como su maestra Alexievich, Kostyuchenko retrata con destreza el abandono y la desdicha de sus compatriotas

Los textos de intención sociológica, donde se prefigura una Rusia agostada y perpleja tras la caída de la URSS, pudieran remitir, para el lector español, a cuanto el escritor moscovita Maxim Ósipov ha escrito en sus excelentes libros de relatos, y donde su condición de médico no es -como tampoco lo fue en Chéjov- un hecho accesorio. En cuanto a sus reportajes, en los que se tratan temas de árida actualidad como la guerra, pero también los orfanatos, los vertidos contaminantes, el maltrato a los homosexuales, la prostitución, el asesinato de periodistas, el secuestro con rehenes de Beslán, cuyo desenlace causó centenares de víctimas, muchos de ellos niños, muertos por fuego policial..., en cuanto a tales reportajes, repito, parece obligado mencionar a la bielorrusa Svetlana Alexievich (premio Nobel en 2015), quien ha practicado un periodismo de enorme calidad literaria consignando, con superior destreza, el abandono y la desdicha de sus compatriotas. La propia Kostyuchenko menciona el magisterio de Alexievich al final de su libro, cerrándolo por añadidura con una cita de la periodista, en la que se alude a dos rasgos destacados de la Rusia postsoviética, a juicio de ambas: el dolor como único capital humano y el olvido como estructura social. También hay otra presencia que el lector de Voces de Chernóbil sin duda conoce: la violencia étnica y los problemas territoriales que se reavivaron tras la caída de la URSS. Esta misma hostilidad entre etnias y nacionalidades (o la más inmediata entre ciudad y campo, donde el campo se aparece como el gran olvidado de la corte moscovita, con el tren de alta velocidad que une Moscú y San Petersburgo como ejemplo de tal postergación), es la que vuelve a reflejar aquí Kostyuchneko en varios de sus reportajes. El factor decisivo, en todo caso, parece ser la violencia institucional -y la parálisis social refleja- que se ejerce desde la estructura policial y las grandes corporaciones que actúan impunemente, en connivencia con la autoridad política, sobornada con largueza.

El modo en que la amenaza física y la execración social han ido creciendo en paralelo al predominio de Putin es otro de los temores que vemos extenderse por el libro, galardonado con el Pushkin House de 2024, y cuyo final coherente es el exilio de su autora. Hay, no obstante, un error de apreciación, convertido en lugar común de toda Europa, y que la propia Kostyuchenko emplea para recriminarse, de algún modo, la invasión rusa de Ucrania. En la página 371 Kostyuchenko escribe que “es imposible estar preparada para pertenecer al bando de los fascistas. No estaba preparada para esto en absoluto”. Como es fácil entender, ni el fascismo italiano ni el nacional-socialismo alemán guardan relación directa con el autoritarismo expansionista al que que se refiere Kostyuchenko. El autoritarismo de Putin tiene su origen evidente en el comunismo soviético y en las estructuras de sojuzgamiento y opresión revitalizadas por su régimen. Bien es verdad que el imperialismo de Putin exhibe un violento y voraz nacionalismo, parejo a los totalitarismos alemán e italiano. Recordemos, por ello mismo, que fue este fervor nacional, la avidez y el orgullo paneslavos, los que caracterizaron, según señalaba el periodista Chaves Nogales, al régimen soviético de los años 30. Kostyuchenko no necesita, pues, de ninguna tradición foránea para repudiar y lamentarse de las acciones y del carácter antidemocrático del actual gobierno de su país. Su libro, de perdurable angustia, y su vida amenazada de periodista, son una prueba patente de ello.

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