Álvaro Díaz del Real: "La Expo del 92 fue una gran oportunidad perdida"
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Díaz del Real, letrista y músico en grupos como nav3, Campito Fresa o Bisonte Blanco, publica su segunda novela, Andergraun, en la que relata los años cruciales de la generación millennial, en su versión sevillana
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Ya no es así, pero hubo un tiempo en el que la historia nos importaba -y a una generación le marcaba la vida-. Una historia no en su versión general, sino en la íntima, cuyos efectos eran colosales, pues se vivía en una edad en la que lo cotidiano es casi siempre un acontecimiento. Para entendernos: nos situamos en los primeros años de la década de los dos mil –donde todo ocurrió- y un grupo de adolescentes acude a la discoteca de moda. Y está la rave, y está el breakbeat, y está el lote, y está la primera vez de cada cosa. En ese contexto se desenvuelve la novela Andergraun, de Álvaro Díaz del Real (Sevilla, 1983). Un relato que nos interpreta –nos señala- los códigos generacionales de una época. Andergraun también podría ser una sosegada defensa, aquí en absoluto ingenua o cursilona, de la amistad. Sea lo que sea, nos vamos a aquellos años pasados. Y sobre todo a sus consecuencias actuales.
-Nada más empezar la novela usted divide a la joven sociedad sevillana en cuatro grupos. Un análisis curioso.
-Así es: estaba la tribu urbana que lo inundaba todo, los canis, kalorros o kíes –los llamábamos según fuese el grado de violencia de sus acciones-; después estaban los hippies o los grinpis; luego estaban los pajos; y por último los pijos. Esos pijos de Nervión o de Los Remedios. Con sus polos, sus camisas, sus castellanos. Los hippies vestían con su ropa ancha. Los canis con el uniforme titular de Nike y botines de muelles. Los pajos… eran gente que tenían otros intereses. Probablemente más intelectuales que el resto.
-¿Y por qué hacer literatura de esa generación?
-Porque creo que somos unos grandes perdedores. Unos grandes perdedores de la Andalucía del Estatuto de Autonomía, de la España de la Transición. Había grandes promesas para nosotros. Éramos la generación más formada, se decía. Pensábamos que el mundo que nos habían prometido se alcanzaba con idiomas, una carrera, estancias en el extranjero. Pensábamos que con eso podríamos llegar a la herencia que nos dejaron nuestros padres. Esos tiempos de bonanza. Pero a nosotros, con la crisis, se nos cercenaron muchas vidas. Toda esa zozobra, esa inquietud, ese malestar, quise plasmarlo en la novela. Una situación que quise ligar con la época de las raves. Un fenómeno social probablemente auspiciado por esa idea que teníamos de que nos íbamos a comer el mundo. Cosa que no sucedió.
-Le iba a preguntar por eso: ¿por qué cree que la cultura del breakbeat y de la rave triunfa en esos primeros dos mil, entre la generación joven?
-Porque empieza el aperturismo en España. Esos años ochenta, también el optimismo de los noventa. Llegan otros vientos. Algo parecido a lo que pasó en la década de los sesenta. Se explica en el documental Underground: la ciudad del Arco Iris: que llegan los americanos a Rota, se juntan estos con los locales, y da lugar al fenómeno singular del rock andaluz. Lo que supuso un impulso importante a la cultura andaluza. En los noventa pasó algo parecido, pero en lugar del rock hablamos de la música electrónica. La rave viene de una juventud que, como cualquier otra, quiso salirse del marco establecido socialmente; es decir, la discoteca de pachangueo, de música comercial.
Creo que [en mi generación] somos unos grandes perdedores. Unos grandes perdedores de la Andalucía del Estatuto de Autonomía, de la España de la Transición
-Por cierto: ¿por qué desaparecieron los canis?
-(Risas) Recuerdo cuando Manu Sánchez se fue al lado de mi pueblo, a San Juan de Aznalfarache, y se acercaba a un grupo de quinquis y pregunta: “Quillo, ¿vosotros no erais canis?” Y los canis responden: “No, ahora somos fashioneti”. Tenía su gracia. Era algo muy revelador. Los canis no eran chicos marginales. Era gente que principalmente venía de la clase media y a la que les dio por adoptar esa estética. Más todo lo que suponía: la violencia, la intimidación. Pero todo eso pasó porque no estaba en la naturaleza de esos chavales. Era un capricho estético y social.
-Hay un acuerdo fundacional de la generación millennial sevillana, que usted trata en la novela: la Expo del 92.
-Claro. Es un hecho clave.
-¿Por qué?
-En el 92, aunque a menor escala que la de 2008, se da una crisis económica en España. Estaba la sequía también. Sin embargo, tanto en Barcelona como en Sevilla se demoró un poco esa debacle nacional. Principalmente por los Juegos Olímpicos allí y por la Expo aquí. Nosotros, que nacimos en los ochenta, vimos esa Sevilla esplendorosa, de un legado glorioso. El 92 fue un bofetón de modernidad. Urbanísticamente, por ejemplo. No hay más que ver aquella isla de la Cartuja, esa isla de innovación y de modernidad. Cómo era. Nosotros –mi generación- vimos cómo todo eso se iba destruyendo poco a poco. Tanto es así que había un cementerio de Curros. ¿Habrá cosa más grotesca? ¿Más deprimente? Curro, símbolo de la esperanza, en un cementerio en el Charco de la Pava. Es innegable que, de ese pasado fastuoso, a este presente tan triste, algo se te queda en el alma. Algo que te dice que hay cosas que no están yendo muy bien. La Expo del 92 fue una gran oportunidad perdida.
En mi novela explico ese auge y ocaso de una generación. Con su entusiasmo e ilusiones y su posterior nostalgia
-La novela comienza en 2001 y concluye en 2021. Son apenas veinte años. Pero cuánto ha sucedido en esos veinte años. No sé si ha habido en la historia una generación que haya conocido transformaciones tan importantes en tan poco tiempo.
-Pues la verdad es que sí. Hemos vivido muchísimo. En mi caso recuerdo especialmente la sequía del año 94. También habría que hablar de la burbuja inmobiliaria. Cómo lo cambió todo. Es que hubo un momento en el que nos creíamos invencibles. Ese famoso “España va bien”, de Aznar. De ahí hasta la pandemia. Muchísimas cuestiones.
-Su generación vive ahora en un bucle de nostalgia. Lo veo en redes sociales, y se percibe en conversaciones de aquí y de allá. Es una generación que ya ha vivido lo suficiente, es decir, ya tiene capacidad de reunir material para la nostalgia.
-Nos vamos haciendo viejos. Y estamos haciendo ya el canto a la juventud. Al paraíso perdido. En mi novela explico ese auge y ocaso de una generación. Con su entusiasmo e ilusiones y su posterior nostalgia. Pero quiero hacer un inciso: la novela habla de que tenemos nostalgia, sí, pero también de que no nos rendimos. De que seguimos a pesar de todas las dificultades que hemos vivido.
-¿Todo era mejor antes?
-Pues hay cosas que sí y cosas que no. Creo que hemos avanzado socialmente. Por ejemplo: contra el racismo o a favor de derechos sociales, como el matrimonio homosexual o también la atención a los mayores. Como contrapartida, diría los peligros de la tecnología. Los monstruos que genera.
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