Amada Santos, esa diva

Florence Foster | Crítica de teatro

Amada Santos convertida en la peor cantante de ópera del mundo, Florence Foster

La ficha

*** ‘Florence Foster’. Compañía Amada Producciones.Autora y dirección: Amada Santos. Intérpretes: Amada Santos y Ana Ifigenia. Productor: Pedro Lendínez. Música y espacio sonoro: Sitoh Ortega. Diseño de iluminación: Augusto Sánchez. Directora de arte: Nati Rodríguez. Diseño de vestuario: Lorena Cañada. Coach de voz y cuerpo: Rocío Guzmán. Comunicación y producción: Carolina Cañada. Lugar: Teatro La Fundición. Fecha: Viernes, 3 de octub re de 2025. Aforo: Tres cuartos.

Florence Foster es la primera incursión en la escritura teatral y en la dirección de la actriz Amada Santos, reconocida por su versatilidad en sus anteriores trabajos como intérprete. Fascinada por la figura de la que fue proclamada en vida ‘la peor cantante de ópera del mundo’, ha elaborado un pequeño monumento a la figura de Foster resaltando lo más positivo de su historia: su innegable voluntad por hacer aquello que amaba, la ópera. Sentirse viva por cumplir su sueño, ser una soprano reconocida y trabajar por ello hasta el desvanecimiento. Porque aunque, finalmente, Florence Foster acabó heredando una pequeña fortuna que le permitió vivir su pasión, no fue así desde el principio. Criada como niña bien recibió clases de música, pero cuando empezó a manifestar su deseo de convertirse en cantante no recibió el apoyo esperado y abandonó la casa familiar para irse a Filadelfia con el que luego sería su marido, Frank Thornton Jenkins, que, como nos cuenta Amada Santos en su pieza, le contagió de sífilis y luego la abandonó.

La muerte de su padre y de su abuela hizo que recibiera sendas herencias que le ‘ayudaron’ a cumplir su sueño. Convertida en una celebrity de aquella época —hablamos de los años 20 del siglo pasado—, la Foster consiguió vivir la ilusión de realizar pequeños recitales a los que invitaba a sus amigos y amigas que, entre risas, celebraban sus ‘trinos’ mientras disfrutaban de las fiestas que seguían a los conciertos.

Amada Santos, que estrenó su espectáculo con el actor Oliver Gil, presentó en Sevilla una nueva versión en la que la actriz Ana Ifigenia da vida a su lazarillo y pianista Cosmé McMoon. Para muchos es conocida la versión cinematográfica que protagonizó Meryl Streep junto a Hugh Grant y que fue la inspiración para la Santos para realizar esta obra. No me duelen prendas en admitir que Amada está a la altura de Meryl en su interpretación. El papel le sienta como un guante; la autora, directora e intérprete entiende tanto el deseo de la diva americana que consigue transmutarse en ella, dotándola de una verdad que la convierte en entrañable, aunque sus gestos son los de una prima donna incapaz de aprehender la realidad. Ella, cuando canta, no escucha graznidos, y en la primera de las canciones que realiza en el Carnegie Hall, la directora nos la muestra poniendo a su personaje de espaldas al público y disfrutamos de una deliciosa canción que es como ella se oye a sí misma. Lamentablemente, al volverse cara al público percibimos los desacordes, el desafinamiento horrible.

Toda la primera parte de la obra fluye con gracia. El dibujo que Amada Santos hace de su Florence es exquisito, tierno, se nota que la ama y la comprende. Ana Ifigenia, en el triple papel de Cosmé, el pianista, su marido y una reminiscencia de una amiga, Claire, acompaña deliciosamente a la diva. Divertidísima y original la escena en la que el marido y la mujer copulan.

La producción de Pedro Lendínez, con la música de Sitoh Ortega, la iluminación de Augusto Sánchez, la dirección de arte de Nati Rodríguez y el vestuario de Lorena Cañada dan un acabado perfecto a esta pieza que quiere mostrarnos la voluntad de cumplir nuestros sueños.

Fruto de una devoción que ha ido alimentando al ir descubriendo al personaje, Amada Santos ha realizado una comedia exquisita que tiene una primera parte impecable, divertida, pero que, tras el recital con el que termina su carrera —menudo trabajo habrá tenido la coach de voz Rocío Guzmán para conseguir que la Santos grazne con tanta gracia—, se vuelve algo difusa. Se quieren dar explicaciones al deseo y quizás no son necesarias.

La interpretación de Amada, maravillosa, su cara, limpia, sin maquillaje, solo con una peluca rubia y los trajes y las alas de ángel con las que la americana deslumbraba a su público que se reía de ella, es de una calidad infinita.

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