La ceremonia del aire
Un aire de signos | Crítica
La ficha
** 'Un aire de signos (Arigatô, Argentina)'. Flamenco Expuesto. Andrés Marín. Baile: Andrés Marín. Saxofones: Alfonso Padilla López. Contrabajo: Antonio Torres. Lugar: Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, Iglesia Principal. Fecha: Domingo, 16 de noviembre. Aforo: Lleno.
Son cuarenta minutos de baile flamenco ininterrumpido en la iglesia del Centro Andaluz de Arte Contemporáneo. Un espacio ceremonial, por tanto. La cosa empieza con la tocata de la Tocata y fuga en re menor BWV 565 de Johann Sebastian Bach interpretada por Alfonso Padilla López al saxo y Antonio Torres al contrabajo, que son los Proyecto Lorca de esta obra. En la documentación que se no han facilitado para este espectáculo se asegura que “para esta pieza el bailaor se sirve del abanico como un medio de vestir y encubrir su gesto desnudo, de hacer que este hable un lenguaje nuevo. Acompañado del sonido de un instrumento de viento, el secreto que el abanico dibuja con figuras de brisa y sombra se revela aquí en una ceremonia personal donde se citan Kazuo Ohno y La Argentina, la carne y el espíritu, lo masculino y lo femenino, el presente y el pasado”. De esta manera el artista se mimetiza, una vez más, con el ambiente. Me da la impresión de que todo lo que veo ya lo he visto antes.
La inspiración japonesa se refleja en el origami que adorna la cabeza del bailaor. Y también en los cuatro abanicos que Marín despliega por la escena al comienzo de la obra. Aunque Japón se disputa con China y Corea la paternidad del abanico, es muy probable que el de varillas, que es el nuestro, el que se usa en el flamenco, sea de origen japonés. La palabra en japonés antiguo para designar el abanico es la misma que la que se usa para el murciélago. Con todo, Marín apenas usa el abanico en su baile en esta propuesta, es más bien un elemento decorativo. Una fuente de inspiración, quizá. Marín baila en el duro mármol del suelo y también en dos tipos de maderas, una de ellas francamenta atronadora, llevando a cabo un enorme despliegue técnico. También canta en algún momento, aunque no consigo identificar la melodía. En realidad es, más que un canto, un susurro, un balbuceo.
Lo de La Argentina no lo pillo en principio. Luego pienso que hay un largo pasaje en esta obra en el que Marín baila varios fragmentos de El amor brujo de Manuel de Falla. Aunque la obra de Falla la estrenó, en su versión de drama con danzas y canciones, Pastora Imperio, es cierto que La Argentina la convirtió en un ballet flamenco. Aquí lo baila un único intérprete. El espectáculo concluye con el zorongo gitano de Lorca-La Argentinita interpetadado con el saxofón barítono. Por cierto que en el pasado hubo otros zorongos, como el Zorongo del navío, de autor anónimo, que aún se conserva.
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