Los años bárbaros

'Cárceles y exilios'. Nicolás Sánchez-Albornoz. Anagrama. Barcelona, 2012. 328 páginas. 19,90 euros.

Los años bárbaros
Los años bárbaros
Ignacio F. Garmendia

18 de abril 2012 - 05:00

El episodio se ha hecho célebre, por su carácter novelesco y porque el paso del tiempo lo convirtió en una hazaña legendaria. En 1948, Nicolás Sánchez-Albornoz y Manuel Lamana, dos presos políticos de la FUE que trabajaban en la construcción del Valle de los Caídos, huyeron de Cuelgamuros en un coche conducido por Francisco Benet junto a dos jóvenes neoyorquinas, Barbara Probst Solomon y Barbara Mailer, cuyo hermano -el autor de Los desnudos y los muertos- era el propietario del vehículo que los condujo a Francia. El propio Lamana recreó la fuga en su novela Otros hombres (1956) y, años después, Probst dio su versión en Los felices cuarenta. Una educación sentimental (1972), pero sería una discreta comedia de Fernando Colomo -Los años bárbaros (1998)- la que recuperara la peripecia, trivializada, para las nuevas generaciones. Este libro cuenta, entre otras muchas cosas, la versión del segundo liberado.

Hijo de don Claudio Sánchez-Albornoz e historiador como su padre, el autor de Cárceles y exilios ha llevado una fecunda carrera académica, pero en estas memorias no aborda ni sus vivencias personales ni su trayectoria profesional, sino su experiencia cívica -fue por ejemplo uno de los fundadores de Ruedo Ibérico- como un miembro relevante de esa parte no pequeña de la población española que fue excluida de la vida nacional durante la interminable dictadura. Preso en Alcalá, Carabanchel y Cuelgamuros, Sánchez-Albornoz conoció tres exilios: en Francia (1936), Argentina (1948) y Estados Unidos (1968), pero su impecable ejercicio memorialístico no es fruto del resentimiento sino de un saludable deseo de "ventilar las heridas" y "airear las llagas". En prosa "más analítica que literaria", el historiador inscribe sus recuerdos -que contrasta documentalmente- en un contexto que los ilumina e ilumina el periodo, pues su intención no es presumir de resistente sino dejar constancia, a menudo irónica, de una época sobre la que ya existen demasiadas aproximaciones viscerales.

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