Lo atroz en lo cotidiano: oscura historia de una obsesión

La casa al final de la curva | Crítica

Ben Foster encabeza el reparto.
Ben Foster encabeza el reparto. / D. S.

La ficha

**** 'La casa al final de la curva'. Thriller. Canadá. 2024. 110 min. Dirección y guion: Jason Buxton. Música: Stephen McKeon. Fotografía: Guy Godfree. Intérpretes: Ben Foster, Cobie Smulders, Gavin Drea, William Kosovic, Alexandra Castillo.

Algo debe tener Canadá que no nos contaron Nelson Eddy y Jeanette MacDonald o Howard Keel y Ann Blyth cantando “Indian Love Call” en las versiones de 1934 y 1954 de la opereta Rose Marie, ni Gary Cooper en La policía montada del Canadá de Cecil B. DeMille. Porque no debe ser casual que a David Cronenberg le haya salido con Jason Buxton lo que podría considerarse un discípulo dado su gusto por sumergirse en oscuras complejidades psicológicas lindantes con lo patológico -con una presencia importante de lo corporal- desde su ópera prima (Blackbird, una especie de Tim Burton ennegrecido) y muy especialmente en esta segunda obra que obliga, inevitablemente, a recordar el Crash cronenbergiano.

El guión se basa en el relato breve Sharp Corner de Russell Wangersky, perteneciente al libro Whirl Away en el que a través de doce cuentos se trata del derrumbe de personalidades normales enfrentadas a situaciones traumáticas que les sobrepasan. En este caso la situación es un accidente automovilístico y la personalidad es la de un padre de familia que, tras presenciarlo, va deslizándose por una espiral de obsesión por los accidentes que le irá conduciendo a los umbrales de la locura y devastando su entorno familiar.

Lo normal, la vida cotidiana, la familia, lo que se parece tener bajo control, corroído por la irrupción de lo imprevisto y brutal de los accidentes de tráfico, de las chapas retorcidas y los cuerpos destrozados. Lo más inocente e incluso deseado -una cómoda y atractiva casa nueva- en la que se supone que la vida familiar será más grata se convierte en una puerta abierta al horror por su proximidad a una curva peligrosa. Será por lo mucho que me impresionó la novela, para mí la mejor (es decir, la más escalofriante) suya junto a El resplandor, la casa nueva de la familia protagonista de esta película me recordó a aquella a la que se mudan los Creed en Cementerio de animales de Stephen King, también situada demasiado cerca de una carretera peligrosa (y de un antiguo cementerio indio).

En este caso no hay fantasía, sino realidad, una parte de lo peor de la realidad -la crueldad de los accidentes de tráfico que tanto aborrecía Albert Camus como una forma idiota y absurda de morir que, al final, fue la que encontró- obsesionando a un hombre “normal” que quizás albergaba algún desorden que esperaba ser despertado.

Pese a que el guión, del propio Jason Buxton, dé en ocasiones la sensación de estirar las situaciones para convertir el relato breve en un largometraje, la sobria, ajustada y seria dirección, y muy especialmente la extraordinaria interpretación de Ben Foster, le dan una angustiosa densidad y una desasosegante verdad humana dentro de su descenso al abismo. Está perfectamente construido el tipo de hombre normal hasta lo banal, débil hasta el límite de la pérdida de la autoestima, que descubre una siniestra misión que le redime de su medianía en su obsesión por los accidentes. El choque entre lo irrelevante (la apariencia) y lo patológico (la obsesión) se visualizan en el gran trabajo de este actor. Sin él sería impensable -pese a la muy acertada dirección- que este thriller psicológico alcanzara tanta angustiosa intensidad y un desagradable atractivo que fija la mirada en la pantalla -sobre todo cuando Foster está en ella, lo que afortunadamente representa la mayor parte del metraje- como sucede con los accidentes cuya visión a la vez repele y atrae.

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