Cultura

La ausente siempre presente

  • Entre el ensayo y la prosa poética, dulce y a la vez amargo, Christian Bobin puso por escrito su proceso de aceptación de la muerte inesperada de su estimada amiga Ghislaine

LA MÁS QUE VIVA. Christian Bobin. Trad. Cristóbal Gutiérrez Carrera. Libros Canto y Cuento. Jerez, 2016. 138 páginas. 15 euros.

La editorial jerezana Libros Canto y Cuento, que dirige el poeta José Mateos, inaugura su nueva colección "Que va de vuelo" con La más que viva de Christian Bobin, que fue publicado en 1996 y ahora se traduce por primera vez al castellano. La apuesta que Mateos hace por recuperar un libro del corte y del calado de éste no es casual, sino más bien consecuencia inevitable de la línea editorial que Libros Canto y Cuento ha seguido hasta la fecha y del compromiso explícito del propio editor, que viene apostando por esa literatura que no se ciñe a los dictados de la mercadotecnia y que no adolece de la vida breve de esos efímeros productos de consumo que la industria editorial pone en las mesas de novedades.

Bobin nos ofrece un canto a la vida a través de la muerte. Una puerta hacia lo incompresible que el autor nos abre con austero desgarro. La protagonista, Ghislaine, su amiga muerta repentinamente a los 44 años, es la ausente siempre presente. De su mano, o mejor dicho, siguiendo el sonido de su risa franca, avanzamos por un país en sombras que ella ilumina. El autor ejerce de maestro de ceremonias para tan asombroso viaje. Se desprende del dolor inmenso de la pérdida para ofrecernos una historia de exquisita pureza: una historia de amor, de inteligencia y de pasión descarnada por la vida. Ghislaine, la adorada compañera de paseos, la cómplice conversadora, es una mujer fuerte y libre, dueña de sus sentimientos, una mujer asombrosa que para el autor es todas las mujeres: "Para hablar de madres, hadas, amantes, niñas, hechiceras, me bastaba con mirarte, ahora necesito mirar al frente, adelante, sin pasar por la claridad de tu presencia en la tierra, tu muerte me ha destetado".

La más que viva es la historia de lo empieza cuando todo acaba. La verdad que subyace ante el derrumbe del mundo conocido cuando la ausencia de la persona querida es irreparable. Bobin emplea un tono sobrecogedor por lo sencillo, que la certera y delicada traducción de Gutiérrez Carrera traslada impecable al lector.

El autor se desprende de todo artificio, se desnuda para cruzar inmaculado al otro lado de esa delgada línea que separa la vida y la muerte, y nos invita a cruzar con él. No hace alarde de su dolor. No busca consuelo ni siquiera en su confesa fe en Dios. Tan sólo se apoya en la certeza de que ella sigue viva en todo lo que fue suyo, en todo lo que miró, olió, escuchó; en todo lo que le fue grato o ingrato. Él pone todo de su parte para conseguir esta vida eterna en el recuerdo: "Escribo para darte a ver".

Al contrario que C.S. Lewis en un libro de muy parecida génesis, Una pena en observación, Bobin no se para demasiado en sí mismo, no observa su pena, la deja hundirse en el estanque quieto de la muerte en el que apenas se refleja un momento. Tampoco convierte su desesperación en un motivo para dudar de sus creencias. Sigue atado al recuerdo de Ghislaine del mismo modo que estaba unido a ella en vida. Su muerte lo ha cambiado todo y no ha cambiado nada.

Hay algo de cuento de hadas en La más que viva, algo del asombro infantil con el que nos enfrentamos a lo inexplicable cuando somos capaces de volver a esa edad en la que estábamos abiertos y sin miedo a lo por suceder. Esa magia de lo terrible toma cuerpo en el pasaje en el que el autor hace referencia a una de las películas preferidas de su amada Ghislaine: Ordet (La palabra) de Carl Theodor Dreyer. Como la protagonista de la película, Ghislaine torna a la vida por obra y gracia del amor y de la inocencia: del amor que el autor le profesa, un amor que la pone en pie ante nuestros ojos "desgarrada y radiante"; de la inocencia de su hija pequeña que la llama por teléfono desde la cabina de un parque y que es capaz de "escuchar" el mensaje de su madre al otro lado: "Pregunta si va todo bien y si seguimos todos juntos. Le he dicho que sí y que seguía haciendo tonterías con el tontorrón mayor".

Bobin recorre un camino personal en busca de la luz, esa luz que se apagó el día en que su amada murió. Y la encuentra en la compresión de la muerte insoslayable como otra forma de estar, desconcertante, incomprensible, pero no por eso menos real: "Está bien, Ghislaine, de acuerdo: seguiré bendiciendo esta vida en la que ya no estás, seguiré amándola, la amo cada vez más, un amor así se canta...".

La más que viva es una obra de difícil clasificación que se mueve en terreno de nadie, entre el ensayo y la prosa poética. Estamos simplemente ante un libro hondo y calibrado, capaz de hacer mella en el lector, no apto para los que esperen una trama urdida a golpe de efectos melodramáticos. Un libro para saborear, aunque el regusto sea dulce y a la vez amargo. Un libro para leer con los cinco sentidos, y añadir un sexto.

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