El baile honesto de Israel Galván
El intérprete más valiente de su generación estrena viernes y sábado en el Teatro Central, con todas las entradas agotadas, 'La fiesta'
El cantaor Niño de Elche participa en esta obra coral
Sevilla/"En el flamenco se habla mucho de tu escuela, de tu sello, y a mí lo que me interesa es romper mi sello, profanarme a mí mismo. No quiero crear escuela. Me gusta dejar de hacer las cosas como se esperaba, como las hacía antes. Es lo único que sirve para evolucionar". Así desgrana Israel Galván el estado mental que sustenta su última creación, La fiesta, que llega este viernes y sábado al Teatro Central de Sevilla con entradas agotadas.
La fiesta es un espectáculo coral que Galván (Sevilla, 1973), el bailaor y coreógrafo más destacado de su generación, estrenó el año pasado al aire libre en el Palacio de los Papas del festival de Aviñón. Desde entonces, ha girado por diversos recintos, principalmente al raso -entre ellos, la Arena de Nimes, Sagunto y el Grec barcelonés-, provocando tanto el delirio como la controversia entre sus seguidores.
Nada de ello perturba el ánimo de Galván, que tiene además ante sí en los próximos meses el reto de inaugurar la Bienal de Flamenco en la Plaza de Toros de la Maestranza con una revisión, "en 360 grados", de su revolucionario espectáculo de 2004 Arena.
Para Galván, "ninguna fiesta tiene lugar sin su anti-fiesta, sin su aguafiestas". Y ambas energías, el sol y la sombra, la vida y la muerte, se encuentran y superponen en esta obra, la primera que concibe junto al cantaor Niño de Elche, con el que sí había hecho algunas funciones de La edad de Oro. Ambos firman la dirección musical.
La fiesta se ha reconducido ahora para su desarrollo en caja escénica y su estreno en el Central, donde clausura una ambiciosa temporada de danza, marcará un momento clave en la historia del teatro que programa Manuel Llanes. "En La fiesta Israel rompe con la idea que tienen de él en Francia del bailaor de soledades [especialmente a partir del libro que le dedicó Didi-Huberman] para firmar una coreografía compartida, de grupo", apuntó el director de los teatros de la Junta de Andalucía.
"Mi flamenco es muy individual y suelo bailar solo, con objetos o con músicos que forman parte del concepto, pero aquí deliberadamente monté un grupo porque en una fiesta siempre hay una masa y ésta es una coreografía de situaciones, donde la emoción crea el baile. Prima la idea de compartir. El grupo se me mete dentro y hace cosas que yo no puedo hacer", explica Israel Galván.
Muchas de los elementos que conforman la obra son "cosas que quedaban en mi subconsciente", continúa. "Yo bailaba de noche cuando era chico, viví una vida impensable hoy pero en aquella época había siempre niños y niñas en el escenario. Creo que salía más con siete años que ahora. De aquellas fiestas privadas me quedan recuerdos que exploro aquí. También me he dado la libertad de hacer cosas que no te permites en un espectáculo pero sí en una fiesta. Hay cierto golferío, probablemente es mi obra más libre". Esa libertad es patente desde el arranque del espectáculo, que comienza con el palo flamenco al que va codificada la idea del fin de fiesta: la bulería. "Nuestra bulería es muy particular así que empezamos la fiesta al revés y pronto pasan muchas cosas", avanza, enigmático.
Aquí le rodean colaboradores como Carlos Marquerie (diseñador de las luces y, junto a Patricia Caballero, asesor escénico), Pablo Pujol (escenógrafo) o su incondicional Pedro G. Romero, que firma "el aparato". "Pedro G. Romero no hace nada y lo hace todo. Cuando me preguntan qué aporta a La fiesta siempre digo 'no sé' pero es un 'no sé' bueno, porque es algo que es necesario y que hace falta que no esté para que esté. Es una presencia abstracta pero esencial".
Sobre el escenario, le arropan muchos artistas que ya estuvieron con él en su espectáculo Flacomen, "que fue una bisagra, la antesala de éste. En La fiesta me meto más a fondo en ese registro, me desahogo". Bobote, Eloísa Cantón, Emilio Caracafé, Uchi, Alejandro Rojas-Marcos, Alia Sellami y Ramón Martínez protagonizan así con Galván y Niño de Elche estos 90 minutos de música y baile "en los cuales, aunque todo está muy marcado, siempre tenemos la sensación de no saber qué pasará a continuación. No se trata de representar una fiesta, de hacer teatro y parecer contentos, sino de vivir la fiesta, desfogar, sufrir incluso".
Tras una larga trayectoria que arrancó formando parte del cuerpo de baile de compañías como la de Mario Maya, y tras sumar dos décadas al frente de la suya propia, Galván hace balance. "Creo que he sido muy honesto con mi raíz y, con los años, se ha formado un público a mi alrededor. Es verdad que suelen incluirme internacionalmente en las programaciones de danza pero somos una compañía flamenca y nuestra energía es flamenca. Yo no sé bailar danza contemporánea, yo bailo flamenco. Y soy verdadero cuando no dejo mis raíces. Eso puedo gustar o no pero el público ve que hay en mí una búsqueda constante para que el flamenco no se quede quieto".
"En este momento", prosigue, "quiero ser muy consciente del paso del tiempo en mi cuerpo, estar en contacto con él. Veo a diario cómo se van unos pasos y energías y vienen otros. Ahora mido más mi fuerza, he perdido miedo. Antes tenía pavor al público y a mí mismo; entendía el virtuosismo como un castigo. Antes el baile era una pelea contra mí, ahora es un amigo capaz de curarme la depresión y hasta la gripe".
En su agenda tiene ya marcada una colaboración para 2019 con el coreógrafo francés Aurélien Bory, en la línea de la que firmó en Torobaka con Akram Khan. "Será una suerte aprender de un maestro como Bory, con esa mente tan científica que tiene. Vamos a montar un proyecto grande y desmedido así que lo alternaré con montajes más íntimos", resume este artista que dio sus primeras pataítas junto a su padre, el bailaor José Galván, y a quien ahora le aterra que sus hijos lo vean actuar. "Mi padre ya es fan mío pero mis hijos son mis mayores críticos".
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