Una gran fiesta de ritmos y colores
REAL ORQUESTA SINFÓNICA DE SEVILLA | CRÍTICA
La ficha
****XXXV Temporada de conciertos de abono. Programa: Concierto para piano y orquesta nº 1 SZ83, BB91, de Béla Bartók; ‘Petruskka, Escenas burlescas en cuatro cuadros’, de Igor Stravínski. Piano: Juan Pérez Floristán. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Dirección: Eun Sun Kim. Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Jueves, 10 de abril. Aforo: Un tercio.
Excelente festival Stravínski el que llevamos en Sevilla en las últimas semanas. Tras El pájaro de fuego y tras La consagración de la primavera, le ha tocado en suerte en esta ocasión a Petrushka. No es una mala racha, aunque nos gustaría escuchar otros ballets del compositor ruso menos trillados, como Las bodas, Apollon Musagète, El beso del hada, etc. Con todo, hay que congratularse del altísimo nivel en el que se ha situado la ROSS, capaz de rendir unas versiones extraordinarias de músicas para nada sencillas ni fáciles de interpretar. En la música para Petrushka la orquesta brilló con una infinita gama de colores en todas sus secciones. Pero hay que subrayar la excelencia de las maderas (especialmente en el segundo tiempo del concierto de Bartók), con sus colores cálidos y a veces ácidos, y de los metales, con trompetas y trombones excelsos, afinados y brillantes, con unas difíciles intervenciones entrecortadas encajadas con precisión milimétrica. Igualmente superior estuvo la sección de percusión a todo lo largo del programa, llenando de color el concierto de Bartók especialmente.
De todo ello fue responsable, evidentemente, la mejor directora que recuerdo que haya pasado por la tarima de la ROSS, Eun Sun Kim. De gesto claro y preciso, con las dos manos marcando cuestiones independientes pero complementarias, con una mano izquierda atenta a señalar todas las entradas y los mil matices dinámicos de las dos obras en programa, nada sencillas de dirigir dada la complejidad de su desarrrollo dinámico y la densidad de sus texturas y colores. Cuestiones que fueron resueltas a la perfección desde el inicio. Para el concierto de Bartók optó por una dirección enérgica, acerada, de fraseo entrecortado cuajado de cambios abruptos, de ritmos cruzados y de dinámicas cambiantes. Sostuvo de manera acuciante la tensión del Andante para enlazar de forma brillante con el Allegro molto. Tuvo a sus órdenes a un Pérez Floristán intachable, dueño de una articulación cortante y percutiva, con una inmejorable técnica de pedal y una enorme sutilidad en la pulsación.
Petrushka fue un auténtico festival de colores, con las cuerdas sumándose gozosas a la fiesta.
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