Literatura

Ben Clark pasa el mensaje

  • El autor publica 'Demonios', un poemario sobre el duelo en la época de los teléfonos móviles, el asidero de la escritura y "las ceremonias del vivir"

Ben Clark, fotografiado en una visita reciente a Sevilla, con un ejemplar de ‘Demonios’.

Ben Clark, fotografiado en una visita reciente a Sevilla, con un ejemplar de ‘Demonios’. / Carmen Castellano

"Poco o nada sabemos de la ausencia / y, sin embargo, todos nuestros días / dependen de los cuerpos que no están", escribe Ben Clark (Ibiza, 1984) en su nuevo libro, Demonios, una obra editada por el sello Sloper en la que el autor aborda entre otros temas la perplejidad del duelo y la convivencia con los seres queridos que la muerte nos arrebató: "Porque ellos son presencias, todavía. / Porque la nada duele. / Porque lo que nos falta es lo que existe". Antonio Gala, en cuya fundación estuvo becado y ahora es tutor Clark, el escritor Pablo Aranda o la editora Belén Bermejo son algunas de las figuras a las que invoca el creador, reconocido con premios como el Ojo Crítico o el Loewe y una de las voces más respetadas de la poesía actual.

Clark, que presentó hace unas semanas Demonios en la librería La Fuga de Sevilla, explora esa orfandad reciente que provoca contemplar los mensajes en el móvil de quien ya se ha ido y la vincula a una tradición ibicenca, cuando los vecinos se iban comunicando la noticia de un fallecimiento, un mensaje en cadena que llegaba hasta el mar y que "para no quedarse con la muerte, / el último debía contárselo a una piedra". Ahora el trámite es distinto, menos lírico pero igualmente doloroso: se trata de eliminar un contacto del móvil. "No lo pensé en su momento, pero me marcó un poema de José Hierro, Don Antonio Machado tacha en su agenda un número de teléfono, en el que Machado ya no podía llamar ni a Guiomar ni a Leonor. Ahora estamos en otro nivel: con el whatsapp y las redes sociales disponemos de un registro exacto de las conversaciones que hemos mantenido con quien ha muerto. Es un problema reciente y aún no sabemos cómo gestionarlo", analiza el autor a partir de un texto que dedica a Pablo Aranda, Passar el missatge.

La emoción que destila el recuerdo no está reñida con el humor, y Clark se aleja de la solemnidad cuando rememora a su amigo en la pescadería: "Quiero decirle al mero que estás muerto, gritarle al langostino: ¡ha fenecido!", se lee en ese poema. Alguna reseña de Demonios ha entroncado a Clark, de padres británicos, "el primero de toda la familia / que ha podido leer en castellano / el Llanto por Ignacio Sánchez Mejías", con la tradición inglesa por ese tono que no teme la jovialidad. "Es verdad que me interesa mucho la ironía. Ahora que ha muerto Martin Amis, veo en sus libros un humor en el que me siento reflejado. La risa ayuda a poner distancia ante el dolor, resalta el absurdo de la vida, aunque yo no la busco de forma consciente. Ha sido más tarde, al repasar lo que he escrito o incluso por la reacción del público en una lectura, cuando me he dado cuenta de que estaba ahí", admite el poeta.

En Demonios, Clark se retrata como un "hombre torpe y solo" que busca consuelo y sentido en la escritura, un adulto que evita avivar con sus versos la rabia del adolescente marginado y refugiado en los libros que fue: "Detrás de este poema está el poema / del que llevas huyendo desde entonces", anota el autor, que también se marca un peculiar manifiesto Contra mis lecturas. "Ese fragmento es, en cierto modo, un homenaje a todos los que nos dedicamos a esto. Habla del miedo moderno al plagio, porque hoy si un poema se parece a otro arden las redes, cuando realmente es lo más natural que lo leído te deje alguna huella. Ya hablaba en Armisticio de lo hermoso que habría sido escribir antes de Shakespeare, pensar sin el peso de todos los filósofos que nos han precedido. Hay algo bonito en la tabula rasa", opina Clark.

Ben Clark, con la poeta Carmen Camacho. Ben Clark, con la poeta Carmen Camacho.

Ben Clark, con la poeta Carmen Camacho. / Carmen Castellano

Como ocurría en La policía celeste, Demonios se traslada al taller del escultor Gerry Clark, el progenitor del poeta, y el misterio de la cerámica se plantea de nuevo como el enigma de la creación: "Mi padre abre la mano y los planetas / se avergüenzan un poco de sus núcleos, / hacen fiestas los potros de Altamira, / y retumban los cráneos vacíos / de todos los guerreros de Xian, / abre la mano y vuelan / murciélagos albinos en las cuevas / del Cáucaso, chillando como alarmas / que alertan del final de la alegría", escribe Clark, que añade entre risas que "afortunadamente estoy escribiendo algo dedicado a mi madre por fin, que tanto padre era demasiado".

Por las páginas de Demonios asoma el tiempo de la pandemia, como en el poema Steven Soderbergh dirige tu tedio, en el que plasma ese sentimiento de irrealidad que provocó la irrupción del virus. "Fue como en las películas de Hollywood. / Encendimos la tele / y el presidente dijo que era grave", describen los versos. "No quería que la pandemia tuviera mucha presencia, pero Demonios tiene una lectura posible desde ahí, aunque por desgracia las personas a las que está dedicado el libro han muerto en estos años sin que tuviera nada que ver el Covid", asegura Clark, que entre los poemas que retratan esta etapa escoge Desde mi escritorio oigo a los niños, "sobre el ruido que hacían los chavales cuando terminó el confinamiento. En un principio, lo confieso, lo viví como fastidio, como una interrupción de la paz para trabajar, pero el poema acaba celebrando ese regreso". "Las gargantas que nunca hablaron mal / ni de estos, ni de aquellos, ni de nadie. / Los niños, en misión: / infectar mi escritorio con su vida, / colmar este silencio de pureza".

Con su sello Isla Elefante publica en las próximas semanas a dos autoras andaluzas, María Domínguez del Castillo y Gudrun Palomino

Clark tantea también en uno de los capítulos otros registros, y se inspira en el accidente ferroviario que ocurrió en Torre del Bierzo en enero de 1944. "Otras tragedias están en el imaginario colectivo, pero de esta se sabe muy poco. Me interesaba por el silencio que la rodeó. También pasó que hicieron un par de documentales sobre el tema, y en uno de ellos una mujer tenía en su diario tres frases anotadas, y resultó que las frases eran endecasílabos. Eso despertó algo en mi cabeza. Investigando descubrí otras imágenes que me motivaban: años después buscarían pepitas de oro en el río Tremor, como décadas antes los ladrones les robarían los dientes de oro a las víctimas del accidente".

Clark concibe la escritura como una tarea redentora –"aquí tengo todas las respuestas (...) jamás se ha muerto nadie / dejando un verso a medias. O eso creo"–, pero también como una suerte de comunidad donde son muchos los aliados. "En poesía es ridículo creerte una estrella. Yo he tenido la suerte de encontrarme a profesionales del libro que me han enseñado el camino. Los años que estuve en Salamanca, por ejemplo, entendí que es pequeño lo que hacemos, pero que si trabajas en proyectos sólidos puedes ayudar a otra gente", defiende el poeta, que desde su editorial Isla Elefante apoya "principalmente a autores jóvenes, del mismo modo que yo tuve ese respaldo". El catálogo, que ya ha publicado obras de Markel Hernández o Maribel Andrés Llamero, entre otros, se ampliará pronto con dos nuevos títulos: Otras aguas no, de la sevillana María Domínguez del Castillo, y La lejanía de nuestros cuerpos, de la autora de El Puerto de Santa María Gudrun Palomino.

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