Borau: una oportunidad perdida
Borau y el cine | Crítica
Se estrena hoy en el cine Avenida (17:30 h.) un documental sobre el gran cineasta, estudioso y Académico de la Lengua, un trabajo bastante discreto que desaprovecha la dimensión y el legado del personaje.
La ficha
*'Borau y el cine'. Documental, España, 2025, 75 min. Dirección y guion: Germán Roda. Fotografía: Daniel Vergara. Con: Carlos F. Heredero, Manuel Gutiérrez Aragón, Agustín Sánchez Vidal, Icíar Bollain, Miguel Rellán.
Este documental sobre el cineasta, escritor, crítico, productor, historiador, Presidente de la Academia del Cine (1994-1998) e ilustre Académico de la Lengua José Luis Borau (Zaragoza, 1929-2012, Madrid), pierde una oportunidad de oro para ir un poco más allá del ramplón producto televisivo, didáctico e ilustrativo en torno a su obra y su legado, sin duda uno de los más valiosos del cine español de la segunda mitad del siglo XX y especialmente recordado por una película indomable e irrepetible como Furtivos (1975).
Lo hace prisionero de un formato esclerotizado y una producción limitada cuando no algo cutre que no pasa del ensamblado de testimonios parlantes de amigos, colaboradores y expertos en su obra con (malas copias de) secuencias de sus películas, desde aquel western fundacional, Brandy (1963), rodado por encargo tras salir de la Escuela Oficial de Cine, hasta el último de todos ellos, Leo (2000), y fragmentos de algunas entrevistas con el cineasta extraídas del archivo de TVE.
Un formato wikipédico con cierta tendencia a lo anecdótico o lo digresivo, incapaz de adentrarse en la verdadera materia de su cine, en sus temas o sus gestos de puesta en escena, doble pecado si, como insisten muchos de los que lo glosan (Heredero, Gutiérrez Aragón, Alegre, Sánchez-Salas, Sánchez Vidal, Rellán, Méndez-Leite, Bollaín o Alicia Sánchez), Borau fue, primero como profesor, luego como profesional y estudioso, uno de los grandes conocedores de los secretos del guion y la dirección cinematográficas.
Poco afortunada es también la torpe recreación en blanco y negro del niño o el joven Borau fascinado frente a la pantalla como motivo para subrayar su vieja e inextinguible pasión por el cine, como lo son todos esos lugares comunes a la hora de colocar a los entrevistados en patios de butacas o salas vacías. Que este documental llegue a las salas (y a buen seguro a televisión) el mismo año en que ha aparecido el monumental estudio (Iceberg Borau) de Carlos F. Heredero sobre los numerosos proyectos inacabados, esbozados o nunca iniciados del cineasta, deja aún más en evidencia sus carencias y su corto alcance. Una verdadera lástima.
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