Los Caños en Icónica: aquellos maravillosos años

La reaparición del trío gaditano propicia una noche consagrada a la nostalgia a la que se sumaron Raúle y Antonio José

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Los Caños en su regreso a los escenarios en Icónica Santa Lucía Sevilla Fest
Los Caños en su regreso a los escenarios en Icónica Santa Lucía Sevilla Fest / JOSE ANGEL GARCÍA

Ya sabemos que la Historia se divide en a.C y d.C: antes de los Caños y después de los Caños. Con ellos en activo todas nuestras certezas seguían en pie: se acudía ceremonialmente al ciber café, aún se pensaba en pesetas, el top manta nos parecía un problemón y los boricuas no habían tenido ocasión de enseñarnos el significado de la palabra chingal. Los propios Caños de Meca seguían siendo un paraíso natural, poblado por hippies trasnochados y vacas retintas. El futuro prometía.

Luego todo se derrumbó. El trío gaditano nos dejó repentinamente a principios de los dos mil, cuando se estrellaron contra el iceberg de su propio éxito. Desde entonces muchas cosas han cambiado. El ritmo endiablado con que la tecnología trastoca la realidad y las sucesivas crisis -económicas, sanitarias, climáticas- han contribuido al valor al alza de la nostalgia, la añoranza de aquellos años en los que el mundo no parecía acabarse cada tres días. En consecuencia Icónica Santa Lucía Sevilla Fest acertó trayéndonos a los gaditanos de vuelta, después de que agotaran en pocas horas el aforo del Cartuja Center. Necesitábamos algún asidero, reconocernos en la inocencia de aquel pasado no tan remoto.

Veinte años después de su última aparición -precisamente en nuestra ciudad- Kiko gritó “¡hemos resucitado al muerto!”. La cosa venía bien despachada de revivals: el primer plano que apareció en la pantalla del escenario desveló que Víctor Elías -sí, el actor de Los Serrano- sería el excelente teclista del bolo del año. Lo mejor de dos mundos. Todo dispuesto, por tanto, para desgranar un concierto ante unas 6000 personas que incluyó todos sus éxitos.

A veces evidenció que su mensaje ha llegado a las nuevas generaciones, pues descubrimos en el público mucha gente que apenas había nacido cuando Los Caños nos dejaron huérfanos. Lo bueno perdura. Los locos somos así subió las revoluciones rockeras y permitió el lucimiento de Kiko, que está en plena forma. Nunca llueve al sur de California, con su estilo funky y su melodía casi infantil o El Virus del amor nos recordaron lo cándido que podía ser el pop por aquel entonces. Todo ello siempre con el público coreando a pleno pulmón. El ambiente festivo propició más que merecido baño de masas de la banda, que descubrió, como en un museo al aire libre, el merchandising que sus fans conservan como reliquias: camisetas, cedes, peluches firmados

Si como reacción a tu primer desamor te encerraste en tu cuarto a lloriquear apretando la almohada contra el pecho, Créeme era la banda sonora perfecta. Pero nos esperaban más emociones fuertes, pues huelga decir que Kiko y Sara es el gran spin-off de la música patria, y Ella es requirió la presencia de la hermanísima en el escenario. ¿Qué más puede hacer Icónica por nosotros? Puede ser fue un momento de euforia tardo cani, en el que nos desgañitamos vivos.

Un momento de calma propició que el respetable se arrancara espontáneamente a cantar Piensa Niña, unos minutos de una extraña belleza, con la plaza a oscuras y el tumulto de voces ascendiendo hacia las torres iluminadas. Con el trío de nuevo sobre el escenario Agua de luna fue el entrante con que nos abrieron el apetito a los platos fuertes: Bailar en tu boca principió el cogollo de la actuación. Porque, sorpresón, a la Plaza España acudió Raúle a hacer la noche todavía más histórica. Un vástago del legado cañeril cantando Cartitas de amor.

Coquetearon con dejarnos al final de Tú no sabes, pero no lo permitimos. No podían hurtarnos la gloria de escuchar en directo, veinte años después, Niña Piensa en tí junto Antonio José. Y de repente nos sentimos más jóvenes, menos gordos, cansados e hipotecados. Larga vida a Los Caños.

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