El cansancio de ser
El ser que cuenta | Crítica
En El ser que cuenta, obra del filósofo Víctor Gómez Pin, se aborda la doble cesura que hoy acota la naturaleza del ser humano: el animalismo que lo iguala biológicamente, y la IA que lo equipara o lo reduce intelectualmente
La ficha
El ser que cuenta. Víctor Gómez Pin. Acantilado. Barcelona, 2025. 557 págs. 30 €
La hipótesis que baraja este ensayo minucioso y agudo de Gómez Pin es que la humanidad actual se halla en aquella misma tesitura que expresó Neruda al comienzo de su Walking arround: “Sucede que me canso de ser hombre”. Dicha conclusión se extrae acudiendo a los lugares, hoy preeminentes, donde el ser humano parece haber sido igualado o superado en sus supuestos méritos específicos: el animalismo y la IA. Todo ello se inscribe, en cualquier caso, en la inmediata vivencia del ser humano: ya sea en la predilección actual por las mascotas; ya en el uso, cada vez más extendido, del robot, como compañía y herramienta del individuo. A este respecto, Gómez Pin recoge unas impresionantes palabras de Gregorio Martín, antiguo director del Instituto de Robótica de la Universidad de Valencia: “Muchos de nosotros moriremos acariciando una máquina y siendo acariciados por ella”. Es en esta nueva contextura vital, en la que la empatía y la compasión son fuerzas determinantes, donde Gómez Pin se ha lanzado, como reza el subtítulo del libro, a dirimir los términos precisos en “La disputa sobre la singularidad humana”.
Es en las cualidades del leguaje donde Gómez Pin sitúa la singularidad humana
Recordemos que la admiración por el autómata, por el robot, palabra que debemos a Karel Kapec, es consustancial al hombre. La fabricación y duplicación de lo vivo instruye tanto el mito de Pigmalión como al jugador de ajedrez de Maelzel y la Hadaly de L'Isle Adam. Pero también otro aspecto relativo a él, como es el miedo humano a ser poco más que un autómata, según lo consignó Huysmanns. A este respecto, Gómez Pin acudirá al célebre test de Turing para distinguir la mera habilidad sintáctica de una máquina, perfeccionada por la aprendizaje, del contenido semántico del lenguaje, cuya profunda significación, y cuyos distintos usos quedan fuera del estrato reproductivo del mecano. Es en estas cualidades del lenguaje, no reducidas a la enunciación o la transmisión de datos, donde Gómez Pin sitúa la singularidad de nuestra especie. Una singularidad cuyo soporte es la vida, evolucionada biológicamente durante millones de años, y cuyo resultado, inaplicable al animal y -probablemente- a la máquina, es el lenguaje, entendiendo por tal aquel instrumento que permite a su dueño interrogarse sobre sí y sobre el mundo circundante, así como formular hipótesis e idear herramientas con que cambiarlo. ¿Es posible, se pregunta Pin, una inteligencia al margen de la vida? O dicho de otro modo: ¿tiene razón Montaigne cuando escribe que “detrás de cada pensamiento hay un poco de testículo?”. Es “ese anhelo de ciencia e inmortalidad”, encarnado en Fausto y que Nerval señala, el que constituiría, al cabo, la humanidad de lo humano. Y es esa conciencia de sí, fruto de su habilidad cognitiva, la que le revela su condición mortal, que el XIX expresará faústicamente, baudelerianamente, con la dicotomía saber/vivir, el sabio frente al bruto, de naturaleza insoluble.
Uno de los notables aciertos de esta obra de Gómez Pin es su productivo uso de los mitos como fuente de claridad expositiva. Así ocurre, como ya hemos visto, con el mito de Fausto y su doble vía, ascendente-descendente, que lo lleva de lo sublime a lo pedestre, y de la pureza a una voracidad impura y humanísima, donde el corazón del sabio tiembla y se agosta. Otro mito brillantemente usado es el mito veterotestamentario de Noé y su Arca, según el cual el hombre recolecta pacientemente todas las especies de la tierra, hasta ponerlas en salvo. De ahí se inferirá, en primer término, un concepto unitario de naturaleza, en el que el hombre se inserta como una suerte de anomalía salvífica. Pero también se induce una distinta posición para animales y hombres, puesto que ha sido él, el ser humano, quien ha construido la embarcación, quien ha establecido un orden en las especies y quien ha procurado, previamente, su refugio. A ello añadirá Gómez Pin, “¿no es esta actitud de puro desinterés por el bienestar de otras especies (no mediatizada siquiera por la conveniencia de gozar de una naturaleza sana y equilibrada) una prueba de la radical y absoluta singularidad de nuestra propia especie?
Como digo, la oportunidad de este ensayo radica tanto en la temática abordada, de fascinante y dramática actualidad, como en las razones existentes, a favor y en contra, que Gómez Pin aborda con minuciosidad y perspicacia. De ello su autor extraerá un melancólico y misterioso retrato: fatigado de su imparidad esencial, el ser humano parece inclinarse hoy hacia la calidez honesta e indiferenciada del animal, así como a la regularidad fiable, a la reiteración infinita de la máquina.
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