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JOVEN ORQUESTA BARROCA DE SEVILLA | CRÍTICA
*** Programa: Sinfonía en Sol mayor TalA 35, de G. M. Alberti; Concerto grosso en Fa mayor, op. 6 nº 2, de A. Corelli; Concierto para dos violines y cuerdas en La menor RV 522, de A. Vivaldi; Suite nº 4 en Re mayor, de J. B. Bach. Joven Orquesta Barroca de Sevilla. Director: Valentín Sánchez Venzalá. Lugar: Teatro Cajasol. Fecha: Martes, 17 de septiembre. Aforo: Lleno.
Tras su reciente actuación en Munich, donde ha causado una gran impresión, la Joven Orquesta Barroca de Sevilla abrió la temporada de conciertos (la número setenta y uno si las cuentas no me fallan) de Juventudes Musicales de Sevilla con un programa exigente que puso a prueba a los jóvenes intérpretes de cuerda, quienes en su gran mayoría utilizaron arcos barrocos como novedad este verano. Es evidente que tienen que adaptarse a las características mecánicas y sonoras del arco barroco, que exige especial cuidado en la articulación y en la presión. Ello se notó en algunos pasajes, especialmente en el concierto de Vivaldi y en la suite del primo de Juan Sebastián Bach, en los que salieron a relucir disimilitudes en la producción del sonido y desajustes en los ataques. Pero salvo en esos momentos la JOBS sonó con densidad, con un sonido redondo y rico en matices cromáticos, siendo esto especialmente brillante en la obertura de la suite de J. B. Bach, siguiendo todos fielmente la acentuación incisiva de las notas con puntillo. Valentín Sánchez ha moldeado una orquesta que sigue ajustadamente sus indicaciones, incluso en los pasajes más rápidos o más enérgicos, como los tres Caprices de la mencionada suite.
Los solistas de violín 1 y 2 y de violonchelo estuvieron muy bien en la obra de Corelli, alternándose con encaje y elegancia con el ripieno. Quizá el director quiso forzar a los dos solistas de violín en el concierto de Vivaldi, extremadamente exigente en lo técnico. Pero no vino el problema del lado de la agilidad, muy bien resuelta en el tercer tiempo, sino en el de la conjunción tonal del Larguetto e spirioso, en el que cada violín sonó a menudo en tonalidad claramente alejada de la del otro. Pero era de esperar, dada la complejidad de la obra y la juvenil preparación de los solistas, que apuntan a pesar de ello unas estupendas maneras. Ya sólo falta dar el paso para montar cuerdas de tripa y afinar a 415 Hz (nos consta que en Munich lo han hecho) para dar el paso definitivo hacia el sonido barroco. Y aquí estaremos para disfrutarlo.
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