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COLLEGIUM MUSICUM MADRID | CRÍTICA

Chauvin y Minguillón desgranando pasiones barrocas en el Alcázar.
Chauvin y Minguillón desgranando pasiones barrocas en el Alcázar. / ACTIDEA

La ficha

*****Noches en los Jardines del Alcázar. Programa: Tonos de Juan Hidalgo y anónimos y piezas de guitarra de Gaspar Sanz. Soprano: Manon Chauvin. Guitarra barroca: Manuel Minguillón. Lugar: Jardines del Alcázar. Fecha: Viernes, 18 de julio. Aforo: Lleno.

Conforme se van difundiendo en conciertos y grabaciones, el universo de los tonos barrocos españoles, sobre todo los tonos humanos (profanos) demuestra su versatilidad, su variedad y su expresividad, sin tener que sufrir la comparación con el repertorio italiano contemporáneo. Simplemente se trata de otra vía de relación entre texto y música, partiendo de las mismas premisas de mover los afectos mediante el verso y los acentos musicales. Claro que para ello hay que conocer a fondo el instrumental retórico propio del barroco hispano para que lo que en el papel parece simple se convierta en una paleta variada de expresividades capaz de mover nuestra sensibilidad.

Manon Chauvin y Manuel Minguillón lo consiguieron al ciento por ciento en un concierto redondo de principio a fin. El canto de Manon Chauvin se puede definir con una sola palabra: naturalidad. El mecanismo de la producción y proyección de la voz queda oculto bajo una emisión clara, natural, con el vibrato justo en momentos concretos usado como recurso expresivo, con un timbre bellísimo y un color en el que no se aprecian cambios en el paso de registros. Sabe plegarse al sentido de las palabras y colorearlas en función de su significado, como fue el caso de Esperar, sentir, morir, adorar de Juan Hidalgo, en el que cada infinitivo, en sus sucesivas reapariciones, sonó con un color diferente, una inflexión, un acento y una dinámica propias, hasta conseguir conmover nuestros afectos. De entre todo el programa me quedo con esa obra maestra poética (uno de los mejores sonetos de la lírica castellana) y musical (Domenico Mazzochi) que es No me mueve mi Dios para quererte, que nos puso los vellos de punta por el fraseo delicado, atento a cada sílaba, paladeado más que cantado y rematando cada frase con unos delicadísimos melismas. Pero también supo encontrar el canto festivo de algunas piezas profanas, como Ay que sí, ay que no o Trompicábalas amor de Juan Hidalgo, alternando la voz impostada y la voz natural como recurso retórico y de color. O el garbo rítmico en la jácara anónima No hay que decirle el primor. Y todo, además, con una dicción perfecta, clara, limpia.

Minguillón, por su parte, convirtió las simples líneas cifradas del acompañamiento en unas voces complementarias, con fantasía y sabiduría polifónica. Pulsación limpia, fraseo transparente, afinación impecable, color cálido en su guitarra: todo ello salió a relucir, especialmente en las piezas a solo de Gaspar Sanz, sobre todo en unas folías en las que sobresalió el equilibrio entre melodía y acompañamiento.

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