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Cultura

Un clásico bullicioso

  • En el cantaor visceral y fogoso convivían el amor por la tradición de sus comienzos con el afán de experimentar.

JUAN Peña Fernández El Lebrijano (Lebrija, 1941) era acaso descendiente de aquel mítico Diego Fernández Flores, el primer cantaor de Lebrija con este apodo artístico, que cita Machado Álvarez en su Colección de cantes flamencos (1881). No obstante Juan Peña será para la eternidad El Lebrijano por excelencia, pues superó en popularidad y trascendencia cantaora a su predecesor. Peña era un cantaor de voz poderosa, de trueno, que lo convirtió en estrella de los festivales de verano cuando tocaba competir con gargantas del calibre de las del Turronero, Menese, Camarón, Pansequito o Morente. El Lebrijano fue siempre un cantaor visceral, caliente, fogoso, que se inició como mairenista cien por cien, dominando la baraja estilística tradicional y registrando algunos discos indispensables junto a las guitarras de Niño Ricardo, Paco de Lucía, Manolo Sanlúcar y su hermano Pedro Peña. Para algunos ésta es su etapa de mayor trascendencia artística.

De hecho, el cantaor se inició en el disco en los años 60 con varios epés para la discográfica Columbia de clara orientación mairenista. Seguiriyas, soleares y, por supuesto, la marca de la casa por bulerías frenéticas, ya que El Lebrijano tenía en los estilos a ritmo uno de sus fuertes artísticos, son los protagonistas de esta etapa de formación que alumbra en 1969 un disco de larga duración, De Sevilla a Cádiz con dos guitarras básicas en la historia del flamenco: la del Niño Ricardo, el que conformó el toque de acompañamiento moderno, y la de un joven pero ya maestro Paco de Lucía. El hecho de que el cantaor de Lebrija pudiera contar con estos colaboradores de campanillas demuestra el caché artístico que ya tenía Juan Peña en la época. En 1970 Con la guitarra de Paco de Lucía demuestra por malagueñas que no sólo de ritmo vive el cante de El Lebrijano. En 1971, después de Senderos del cante publica De casta le viene… en el que comparte protagonismo con su madre, La Perrata, que había dejado de cantar en público en su juventud pero que volvió a los escenarios de la mano de sus hijos.

La soleá fue, junto a las bulerías, el otro de los números estrella del arte de El Lebrijano. Algunos se quedan, de toda la obra grabada del cantaor, con esos siete minutos y pico por soleá con que se abre la entrega de 1973 titulada simplemente El Lebrijano. En ella se acompaña de las guitarras pujantes de un joven Manolo Sanlúcar y de Pedro Peña, los mismos tocaores seleccionados para otra obra maestra, Arte de mi tierra, del año siguiente, con la que cierra, por así decir, su etapa clásica. En una década El Lebrijano había firmado una discografía ejemplar. Un hombre joven en la plenitud de sus facultades físicas y de conocimientos de la tradición flamenca. En Arte de mi tierra incluye otros dos cantes por soleá: la segunda, Soleá de Juaniquín, la inicia El Lebrijano con el único acompañamiento de los golpes de nudillos y las palmas, para agregar luego las guitarras, un recurso muy efectivo que inició su maestro Antonio Mairena en los sesenta. Aunque el ritmo amalgamado por soleá es la base del cante lebrijano, hasta el punto de que se extiende a los fandangos y las cantiñas, estilos que grabó abundantemente, así las bellísimas Alegrías del Pinini de este mismo año de 1974, el cantaor demuestra en estas entregas de flamenco clásico que su conocimiento del legado tradicional incluye, además de las mencionadas malagueñas, también tonás, polo, taranto, peteneras, granaínas, etcétera. De los cantes festeros, tangos y bulerías, que tanto prodigó en todas las épocas de su producción, decir que el cantaor fue uno de los grandes intérpretes contemporáneos de estos géneros, hasta el punto de crear escuela en los mismos.

Aunque consagrado como cantaor tradicional en los sesenta y en los primeros setenta, dos años después de Arte de mi tierra El Lebrijano se siente tentado por la experimentación, que ya había dado sus primeros frutos en La palabra de Dios a un gitano (1972), una curiosa misa flamenca con orquesta en la que canta acompañado de su madre, La Perrata. Luego vendría la experimentación a gran escala. Experimentación temática primero, a través de textos de poetas como Félix Grande en Persecución (1976), disco conceptual y otro de los hitos de su carrera, su obra más vendida en la década de los setenta, en la que dio a conocer un nuevo género flamenco, el cante por galeras, estilo compuesto por el propio cantaor que, no obstante, no pasó al acervo flamenco. En este disco se hace acompañar de las guitarras de Enrique de Melchor y Pedro Peña. Y experimentación instrumental más tarde, cuando inicia una exitosa colaboración con músicos andalusíes que le dio enorme popularidad y algún disco de oro: Encuentros (1983) y Casablanca (1998). Experimentales también fueron el intento de ópera flamenca Ven y sígueme (1982) con Rocío Jurado y Manolo Sanlúcar, ¡Tierra! (1989), una obra conceptual a la manera de Persecución pero en este caso sobre la épica del descubrimiento de América, con textos de José Manuel Caballero Bonald y Lágrimas de cera (1999), quizá su última gran obra, de nuevo con coros y orquesta donde, a la manera de La palabra de Dios… ofrece su personal visión de la pasión y muerte de Cristo, inspirándose en la semana santa sevillana más que en los testamentos.

En los años siguientes el cantaor entregó una serie de obras aflamencadas que ni siquiera los textos de Gabriel García Márquez en Cuando Lebrijano canta se moja el agua (2008) consiguieron hacer memorables. Su gran, emblemática e imprescindible obra discográfica ya estaba hecha, a esas alturas de la película. No obstante, en directo El Lebrijano seguía asombrando, cuando echaba mano de su arte de muchos quilates por soleá, bulería y seguiriya. Así lo volvimos a comprobar hace apenas un año cuando en un mano a mano con Soleá Morente en el Lope de Vega logró sobrecogernos como en los mejores tiempos.

Juan Peña era hijo de La Perrata, hermano del guitarrista y cantaor Pedro Peña y tío del pianista Dorantes y del guitarrista Pedro María Peña, que es el que le venía acompañando en los últimos tiempos en sus conciertos.

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